La crisis no ha tenido piedad ni siquiera con los más inocentes, aquella mayoría ciudadana con la que sólo se contaba —-y todavía sigue contándose—- para que votara cada cuatro años, la misma mayoría que otrora sólo pretendía vivir de un trabajo con un sueldo digno y que interpretaba la felicidad como la vida sencilla de todos los días, el descanso de los fines de semana y las vacaciones pagadas y una larga lista de beneficios sociales. La crisis lo ha cambiado todo para esa mayoría mientras la minoría que entonces tenía el poder y el dinero siguen ahora cada vez más poderosos y más adinerados a costa del sacrificio —-¿incruento?—- de unos trabajadores que se han convertido en esclavos y cuyos únicos sueños son el tener algún trabajo por despreciable que sea, el llegar a ser «mileurista», el tener algún día de descanso y el tener la fortuna de no enfermar. Algunos ciudadanos, ya desesperados, intentan sobrevivir como pueden y no tienen recato en decir la verdad de lo que está ocurriendo. De qué se extrañan entonces los gobernantes cuando esas mismas voces unidas en un conjunto gritan en contra del poder político y económico establecido, son ellos mismos, los poderosos, los que han propiciado —-y lo siguen haciendo—- esos ocupas polémicos como el que observamos en esta fotografía tomada en una céntrica calle viguesa.