Salimos de la Feria Internacional de Turismo de Madrid (Fitur) con destino al restaurante Lugar de Martina donde los chefs Pepe Solla y Rafa Centeno nos ofrecerían el proyecto gastronómico «Islas Cíes de Vigo», una degustación de productos de Vigo y su ría inspirado en las Cìes y sus paisajes.
Una vez terminada la comida saltaron alarmas aún lejanas. Rumores de que en Vigo el temporal no permitía aterrizar aviones y forzaba a desplazarse a Santiago. Como todavía quedaban dos horas para nuestro vuelo acogimos las noticias con la esperanza de que el tiempo mejorase, no sin cierta resignación que nos iba acostumbrando a la idea de acabar llegando a Vigo en autobús desde Lavacolla. Pasadas las cinco de la tarde facturamos equipajes convencidos de que el vuelo saldría con al menos dos horas retraso, en caso de haber vuelo, que era algo que nadie nos aseguraba.
Charlábamos los resignados pasajeros en la puerta de embarque. Carmela Silva, secretaria segunda del congreso, nos comentaba intranquila que el vuelo de la mañana en el que había llegado la segunda expedición de la delegación había sido bastante accidentado, como lo fue el de la primera expedición en la tarde del jueves en el que yo fui. Abel Caballero bromeaba con qué él no quería bajar del avión en Santiago. Le comenté en el mismo tono que la delegación podía ponerse en torno a él como defensa pretoriana. De repente llegó una buena noticia: el comandante iba a atreverse a intentar aterrizar en Peinador. El vuelo fue, supongo, tranquilo porque lo dormí plácidamente. Me despertó el anuncio de la aproximación a pista, unos interminables minutos de turbulencias que terminaron cuando notamos que el morro del avión ascendía.
Íbamos a Santiago. Cayetano Rodríguez, concejal de Cultura y Turismo, bromeaba diciendo «Diréis: ¡Qué bueno era Cayetano!¡Hizo su último Fitur!». El avión comenzó la maniobra de aterrizaje en Lavacolla entre sacudidas. Cuando ya desde la ventanilla era visible la textura del pavimento de la pista, el aparato vuelve a alzar el vuelo y el comandante nos habla del «efecto cizalla» y de que nos volvemos a Madrid. El pasaje pasó de un silencio tenso a absolutamente despreocuparse y empezar a circular por el pasillo haciendo corrillos en los que entre bromas se comentaba lo que estábamos viviendo.
Aterrizamos entre más turbulencias en Madrid cerca de las once de la noche bajo el comentario «para ser un vuelo Madrid-Madrid se me ha hecho un poco largo». En medio de la pista, encerrados en el avión esperando a los autobuses que debían acercarnos a la terminal, las bromas entre el pasaje no presagiaban que quizá los peores momentos aún estaban por venir. En la terminal dos jóvenes de AirEuropa llamaban a una lista de no más de veinte personas que tenían derecho a hotel y nuevo billete.
Después de unos momentos de tensión -por muchas cábalas que hicimos aún no sé a qué criterios obedecía esa selección de pasajeros- en tierra se quedaban alcaldes, concejales, una diputada, empresarios relacionados con el turismo, la organización de O Marisquiño y el festival Sinsal, miembros de la Universidad de Vigo y del Real Club Celta y al menos quince representantes de medios de comunicación, no solo los que íbamos dentro la delegación del Concello de Vigo, sino algunos más convocados por la diputación provincial.
César Sanchez-Ballesteros, presidente de la Asociación Provincial de Empresarios de Hospedaje de Pontevedra, no daba crédito a lo que estaba sucediendo y me decía que las pobres muchachas no sabían con lo que tenían que luchar. La seguridad privada del aeropuerto prohibió a los medios sacar imágenes del momento por estar en una supuesta zona de seguridad y las empleadas de AirEuropa amenazaron amablemente a los que salían a fumar con llamar a la Guardia Civil.
El alcalde Caballero, luciendo calma, nos hizo reunir en un aparte a los miembros de la delegación y votamos a mano alzada, que para algo somos demócratas, regresar a Vigo en autobús y empezar a desoír el caudal de frases despreocupadas de la compañía aérea. Sobre la una de la madrugada AirEuropa accedió a ofrecer hotel y vuelo a los clientes afectados que lo desearan, pero Caballero, con tono mesiánico cual Moisés guiando a su pueblo por el desierto, quizá bajo la responsabilidad de ser alcalde de la ciudad de destino, ofreció a todos los pasajeros que una vez los miembros de la delegación municipal hubiéramos subido al autobús, las plazas que permanecieran libres quedaban a disposición de los viajeros que deseasen regresar en ese medio. Yo nunca soy generoso con don Abel, lo reconozco, pero por si nadie se lo dijo esta noche, el alcalde ahí se marcó un triunfo difícil de superar.
Resultó irónico que después de que la comida nos la hiciera un dos estrellas Michelín, Pepe Solla, que viajó con nosotros en el avión, acabásemos todos comiendo cosas prefabricadas de las máquinas de vending de Barajas. Finalmente cerca de las dos de la madrugada subimos jubilosos a un autobús que nos dejó en Vigo a las nueve de la mañana.
Me río yo de Ulises. De Madrid al cielo… Pero regresando y volviendo en autobús.