Moralmente es una falta de honestidad. En la antigua Grecia el hipócrita era un actor teatral, sin ninguna connotación negativa. Hoy en día todos sabemos que su significado se refiere a la actitud de las personas cuando fingen ser lo que no son.
Se podría hacer un tratado sobre la hipocresía y los hipócritas que pululan por el mundo adelante. Aunque lo más curioso es como este comportamiento filosófico ha calado en todos los estratos de la sociedad.
Una tarde de invierno, un sábado cualquiera, un taxista se dirige a recoger a un pasajero en una calle céntrica, en la ciudad de Vigo. Cuando el taxi se aproxima al punto de encuentro, otro vehículo que le precede se para mucho antes del semáforo en rojo. A lo que el conductor del taxi le recrimina con un suave toque de bocina porque el pasajero esta en un espacio que el otro vehículo ha dejado en blanco, en tierra de nadie. Al conductor del automóvil no le gustó la apreciación sonora, y le recrimina al taxista con aspavientos manuales; vamos que se alteró, igual era porque necesitaba mostrar su virilidad ante la hembra que le acompañaba.
Pocos segundos más tarde el pasajero aborda el taxi, y ya salió a colación la actitud del «conductor no colaborador». Era evidente que la conversación entre el taxista y el pasajero, ambos pasados los cincuenta años, harían trizas verbales al conductor, que le acabarían chirriando los oídos para muchos siglos, pero lo mejor es que cada cual saque su conclusión.
– Taxista. No hay quien los entienda. No ven que están entorpeciendo nuestro trabajo. Que con unos metros ya le podía recoger. Por eso ya tenía puestas las luces de emergencia, para que se diese cuenta.
– Pasajero. Lleva razón, cada es más imposible circular por la ciudad. Es imposible, por eso prefiero moverme en taxi.
– Taxista. ¿Por dónde le llevo? Puedo ir por esta calle, dar un giro a la derecha o intentar desviarme por la izquierda.
– Pasajero. Como siempre, mejor por el camino más corto.
– Taxista. No es fácil, es sábado, hay mal tiempo y mucha gente en dirección a los centros comerciales de esta zona.
De las tres posibles rutas, el taxista opta por la segunda opción; y parece que la más acertada. Un cruce aquí, un par de semáforos, otros giros, y ya enfila por la calle principal que pretendía el taxista hacia el punto de destino. Y sigue la conversación, estaba pendiente remachar al conductor incívico.
– Taxista. La gente es una hipócrita, cada vez hay más hipocresía.
– Pasajero. (Se piensa un poco la respuesta porque tampoco se esperaba el giro de la conversación) Bueno, más que hipocresía entiendo que es una falta de respeto hacia los demás.
– Taxista. En realidad es hipocresía. En vez de ir hacia adelante vamos hacia atrás.
– Pasajero. Más bien vamos muy alocados, muy deprisa y no nos damos cuenta de lo que hacemos.
– Taxista. Sí es verdad, pero lo que yo veo es que hay una falta de educación total. No se respeta nada. Antes se valoraban mucho más las cosas. No teníamos las comodidades que hay ahora y éramos más felices. Ahora es todo lo contrario. De ahí esa hipocresía.
– Pasajero. Ahora con tanto consumismo se ha vuelto la vida más impersonal, se nota en una ciudad como esta.
El desplazamiento discurría con normalidad hasta que:
– Taxista. Será posible, pero como pretende girar este coche hacia la izquierda si está prohibido. Y con la de coches que vienen en sentido contrario.
– Pasajero. Todo vale.
– Taxista. Pero es que no se puede. Que falta de respecto. Ya está montando atasco donde no lo había. Claro, todos quieren ir a este otro centro comercial y no hay espacio.
Al pasajero le barruntaba en la cabeza que este taxista no era un taxista al uso. Lo normal es que el taxista siempre tenga la razón al volante, y lo no normal es que el taxista centre su discurso, sobre todo con la contundencia que dijo, en la «hipocresía».
– Taxista. Antes todo el mundo se saludaba. Había más respecto. Ahora es todo más artificial.
Después de circular por una arteria principal, el taxi tiene que cambiar de trazado para enlazar con otra calle más ancha que le llevara al punto de destino. Se suceden maniobras seguidas hasta que conecta con la calle deseada.
– Taxista. Mire. Una vez llevaba un cliente, iba acompañado. Le tuve que llevar a una zona residencial, de clase alta. Y después de pagarme me dijo: Podría darme una factura de esas que tiene en blanco, que después ya le pongo yo la cantidad. Le dije que no tenia, que la factura la hace la impresora del taxímetro. Pero me insistió, me imagino que para darse de machote ante la compañía. Le volví a decir que solo había un tipo de factura.
– Pasajero. Lo típico para declarar gastos no reales
– Taxista. Pues no le gustó nada.
Tirando del hilo a uno le viene a la mente que la palabra «hipocresía» tiene un origen profundo. Para los griegos hypokrisis también significa actuar, fingir; es una palabra compuesta de hypo que significa «mascara» y crytres que quiere decir «respuesta». Y nada tenía que ver en esa época con el uso actual, donde la hipocresía tiene un significado sobre el comportamiento amoral del individuo. Un hipócrita oscila entre lo permitido y lo prohibido, tiene una doble moral que combina la simulación y el disimulo, entre mostrar lo que desea o ocultar lo que no quiere mostrar.
Lo sorprendente de la palabra hipocresía, con la carga emocional que con lleva, y sin acritud, ya forma parte del vocabulario del taxista.
Sí crece la hipocresía se desvanece la honestidad.