La imagen recuerda los rascacielos de la ciudad norteamericana más internacional y también una de las más hispanas, esa capital del mundo donde los propios norteamericanos parecen los extranjeros. La existencia de los rascacielos neoyorquinos está justificada por el elevado coste del terreno edificable. Aquí todavía no se ha llegado a ese límite, además, con las consecuencias de la crisis del sector todavía será más difícil de alcanzar. En la fotografía observamos la parte trasera del edificio Curbera, una obra de estilo racionalista del arquitecto Francisco Castro realizada en el año 1939 a imagen y semejanza de las construcciones de la ciudad neoyorquina, al que también se conoce como «el rascacielos», por su fisonomía y sus trece plantas.
Pero en la ciudad de Vigo, dentro de ese estilo arquitectónico y de otros no menos significativos también tenemos otras obras dignas de resaltar, y sirvan como ejemplo el pequeño conjunto compuesto por el edificio Albo (arquitectos Francisco Castro y Pedro Alonso); el edificio del Banco Pastor (arquitecto Gómez Román); el edificio La Peineta (Jenaro de la Fuente, hijo); el edificio Bonín (arquitecto Jenaro de la Fuente); el edificio del Hotel Moderno (arquitecto Michel Pacewick); el edificio del Teatro García Barbón (arquitecto Antonio Palacios); el edificio Simeón (arquitecto García Román); el edificio Mülder (arquitecto Gómez Román); y el monasterio de la Visitación de las Salesas Reales (arquitecto Antonio Palacios).
La ciudad de Vigo no es, obviamente, igual que la ciudad de los rascacielos, pero ya vemos que nuestro conjunto de obras arquitectónicas es importante, sobre todo, relativizando el tamaño de nuestra urbe. Y con una ventaja añadida: el tener unas dimensiones que permiten los desplazamientos a pie y que generan un estilo de vida que, aún siendo acelerado, no llega a ser tan trepidante, algo que facilita la convivencia.