Pero ya puestos a hablar de este asunto, también conviene decir que algunos jóvenes —-aunque no todos—- consumen porros, muchos acostumbran a ir de botellón, y algunos seguramente tienen, además, otros vicios, quizá algo de sexo. Pero el que todo esto sea malo o bueno depende, sobre todo, del punto de vista de cada observador, de la educación recibida, de sus creencias religiosas, de la clase social a la que pertenece…, en fin, un conjunto de variables que constituyen aquella conocida afirmación del pensador español Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia…»
Todo este asunto me hace recordar que cuando nosotros todavía no peinábamos canas, cuando éramos unos adolescentes y aquellos chicos de Liverpool comenzaban su carrera bajo el nombre de «The Beatles», también íbamos a tomarnos alguna copa, comenzábamos a fumar el puñetero tabaco que luego conseguimos dejar con mayor o menor dificultad —-algunos todavía siguen enganchados a él—-, y organizábamos aquellos guateques que en la mayoría de las ocasiones eran fiestas clandestinas. Eso sí, no fumábamos porros porque eran otros tiempos y no se drogaba casi nadie, quizá porque la dictadura impidió que conociéramos esas substancias y que llegaran a nuestras manos. En aquellos tiempos la única droga existente en el mercado negro —-mucho más perseguido que hoy en día—- era la morfina, y yo sólo recuerdo un caso de alguien que conocía a su vez a alguien que era morfinómano, y que se trataba de un señor mayor que había caído en el vicio estando de servicio militar en África. Se podría decir que el vicio de la juventud española de aquella época era el tabaco y el cubalibre. En ese sentido, recuerdo un cantante extranjero que vino a España para interpretar su gran éxito: aquello tan cantarín de los limones. El caso es que lo encontraron fumando un porro y automáticamente lo pusieron en la frontera, sin contemplaciones. De aquella no había ninguna tolerancia con esas cosas. Nosotros, jóvenes inocentes que vivíamos bajo el paraguas del régimen, comprábamos una empanada, unas coca-colas y una botella de ginebra en Baiona, y nos íbamos a disfrutar de la comida y de la bebida a la sombra de la Virgen de la Roca. Ahora resulta algo muy ñoño, pero en aquellos años era algo moderno.
Hoy todo es diferente. Y aunque el mencionado estudio arroje esos datos tan preocupantes, lo cierto es que la mayoría de la juventud española no consume drogas y lleva una vida ordenada. Porque lo cierto es que se puede vivir alegre sin necesidad de tomar estimulantes. Y opino que ese repunte es, como ya digo, una responsabilidad de padres, educadores y políticos. Pero quizá la clave más importante sea la falta de ilusión que conlleva el saber que las cosas no están fáciles, que el futuro de la juventud es incierto, y que hace falta estar muy templado para no caer en esas evasiones artificiales del porro o de cosas peores, que empiezan de un modo inocente ignorando o menospreciando sus consecuencias, y que luego son muy difíciles de apartar. Y si alguien pone en duda esas dificultades para abandonar las drogas, que recuerde, simplemente, lo difícil que es dejar el tabaco, un esfuerzo que, por cierto, bien vale la pena, porque como decía Ortega en su obra «Meditaciones del Quijote»: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».