El invierno está llegando a su fin, camino de la primavera, y las camelias florecen en una explosión de color que luego resulta efímera y se desprenden cayendo en esas aceras o en esos parques urbanos que salpican nuestra ciudad como oasis en medio del cemento. Curiosamente, en un socavón de nuestras calles ha aparecido un gran número de camelias amontonadas como si de una pequeña tumba se tratara, como el tributo respetuoso a una flor que nos ha dado su nota alegre y colorida durante unos días para luego morir, sin remisión, y cerrar uno de esos ciclos a los que la naturaleza nos tiene acostumbrados. Ahora ya sabemos dónde mueren las flores, un lugar anónimo y romántico junto a una pequeña cabina de control que pasa inadvertida a la vista de los viandantes.