En aquellos tiempos, el número de barcos de recreo era tan pequeño que todos ellos cabían en esta dársena que se observa en la fotografía. Y como el club todavía no disponía de piscina, un par de bateas con unas corchadas delimitando las calles, y ubicadas al otro lado del espigón, servían para que los nadadores se entrenaran bajo las indicaciones del entrenado, el señor Ozores, cuya labor en favor del deporte local nunca ha sido reconocida. Los amantes del remo entrenaban en los “skiff”, en los “scull” o en simples botes de remos que el club disponía para los socios. Los Beatles estaban por venir y en España triunfaba el Dúo Dinámico y también sonaban Los Llopis, con sus versiones de rock and roll.
Enfrente de esa dársena, delimitada por el muelle de La Marquesina, estaban los jardines de Montero Ríos, donde existieron unas naves que en su día fueron almacenes de Aduanas y en las que luego comenzó la actividad fabril de Citroën, y donde más tarde, en los inicios de la televisión española, actuó, ante una multitud, Herta Frankel y sus muñecos, entre los que tenía un papel destacado la perrita Marilín.
Toda la zona está llena de recuerdos para quien haya nacido en Vigo o quien haya vivido aquella época que poco parecía importarle a alguna regidora municipal empeñada en borrar todas las trazas de esa memoria colectiva viguesa, dispuesta a eliminar el espigón —-que finalmente se salvó—- y la rampa de la dársena, que luego hubo que sustituirla por otra similar de madera, que es la que se observa en la fotografía, junto a los restos del destrozo histórico. Quizá todo esto no tuviera más valor que el recuerdo popular, como la barandilla del Náutico, pero esa memoria colectiva también es importante respetarla.
Y así es, que de aquel empeño e ignorancia de quien no sentía nada por la ciudad que estaba representando, quedó esta rampa de madera como recuerdo de un gran fracaso, de una auténtica vergüenza, y ahora seguimos esperando hasta
que la rampa de piedra sea restituida.