Debe recordarse que Grecia entró en la Comunidad Económica Europea gracias al maquillaje económico de quienes, por cierto, dirigen actualmente los destinos de esa unión que empieza a resultar forzada para algunas partes. Y también debe recordarse que la situación económica griega es la consecuencia de una política errónea de quienes dirigieron ese país con anterioridad al gobierno griego actual, una herencia casi imposible de gestionar, y mucho menos con las presiones a las que actualmente estaba sometido el país. El referéndum servía —y sirve—, por lo tanto, para que el gobierno actual se viera respaldado y afianzado en el poder frente a Europa.
Pero la Comunidad Económica Europea no se ha mostrado imparcial. El resto de los países europeos —unos por miedo y la mayoría por propios intereses— han intervenido en esa consulta popular tomando partido a favor de la respuesta que más les hubiera favorecido: el sí. Hasta tal punto, que los medios de comunicación al servicio de esos intereses —principalmente bancos y grandes empresas— no han reparado en mentir mostrando incluso imágenes de supermercados con las estanterías vacías, como un símbolo del desabastecimiento y de la catástrofe que conllevaría el voto en contra, alentando, también, la dimisión del gobierno actual. Una auténtica intromisión. Ahora, paralelamente al escrutinio del referéndum, se ha descubierto el engaño de esas imágenes.
Con este referéndum, el pueblo griego ha demostrado que no se arruga ante los poderosos, y ha votado con libertad y con dignidad, eligiendo la respuesta democrática que más les convencía. Pero ahora, eso sí, está por ver que la respuesta del no, además de ser la opción que más les convence, sea, también, la más conveniente; el futuro lo dirá.
Cierto es que el sistema griego es muy peculiar, con ventajas fiscales y laborales fuera de lo que en el resto de Europa se consideran razonables. La pertenencia de Grecia a la Comunidad Económica Europea conllevaría una adaptación que no parece convencer al pueblo griego, pero sí a sus acreedores, dispuestos a estrangular su capacidad de decisión. Y si Grecia no quiere doblegarse, es lógico que salga de la comunidad. Pero el miedo entre los socios comunitarios es el efecto dominó, ahora que en muchos países europeos surgen alternativas políticas al margen de las típicas de izquierda, centro y derecha, sino emanadas del propio pueblo y muy críticas con unos poderes establecidos que casi nunca han respetado a la ciudadanía.
Aquí, en España, también nos vendieron las bondades y la necesidad de formar parte de ese grupo económico. Y nadie puede poner en duda que las grandes empresas y la banca han salido favorecidas de esa pertenencia, sin embargo, a nivel de la calle nunca ha existido un sentimiento claro sobre la imperiosa necesidad de pertenecer a esa unión. El referéndum griego abre una enorme brecha que puede extenderse, como digo, por otros países como el nuestro en caso de que los partidos alternativos cobren protagonismo en las próximas elecciones. ¿Será España el siguiente país de la lista? Por lo pronto estamos en la escalera, en una escalera en la que la ciudadanía no llegamos a saber si sube o si baja.