Estamos hablando de la manifestación más numerosa de las acontecidas en la ciudad de Vigo, mucho más que cualquier otra de su historia. Una manifestación tan numerosa que en los canales oficiosos —pagados, por cierto, con dinero público para contrarrestar la corriente negativa de la opinión pública— no se daban cifras concretas, salvo uno de los medios de comunicación que hablaba de doscientas mil personas. Pero las cifras reales se podían contar en la calle. Era imposible acceder a las inmediaciones del Hospital Xeral, que era de donde partía la manifestación. La plaza de España y las calles laterales estaban completamente llenas de gente. Y riadas de personas bajaban por la Gran Vía ocupando ambos carriles e incluso el bulevar central. Y cuando la cabeza de la manifestación ya había alcanzado la Puerta del Sol, donde se leyó un comunicado, todas las calles que formaban parte del recorrido estaban completamente llenas y muchísimas personas todavía no habían salido del punto de partida. Era un auténtico clamor que se estima —sin exagerar— en unas doscientas cincuenta mil personas.
Esa cifra —250.000 manifestantes— produce, cuanto menos, preocupación política, pero el actual gobierno de la Xunta —y el de Madrid, también— está gobernando de espaldas a los votantes, ignorando los auténtico intereses de la mayoría, sin respeto por la ciudadanía. Por eso opino que el presidente de la Xunta y la conselleira de Sanidad no han podido conciliar el sueño, porque no puedo imaginar tanto desprecio, tanta indignidad, tanta irresponsabilidad política.
Sin embargo, me asaltan las dudas, pues, cuando la conselleira de Sanidade de la Xunta de Galicia realizó una visita al nuevo hospital Álvaro Cunqueiro, de Vigo, lo hizo con el mismo espíritu arrogante que un general romano cuando visitaba la nueva tierra conquistada, con manifiesto desprecio a quienes no tienen más remedio que acatar lo que se les ha impuesto por la fuerza. Y los únicos que le han aplaudido y reído su gracia –que no la tiene– son aquellos que esperan una buena recompensa por los servicios prestados, sin ninguna muestra de pasividad sino incluso con entusiasmo, tratando de engañarnos a todos, porque comen de la mano del poder. La risa de la conselleira de Sanidad, que han inmortalizado los periodistas gráficos, es un auténtico insulto a la ciudadanía, una demostración de la falta de dignidad, de vergüenza, y de responsabilidad política.
El hospital Álvaro Cunqueiro es un despropósito en todos los sentidos, y el principal problema no es el aparcamiento de pago —que tiene su enorme importancia—, ni el servicio de autobuses, sino un enorme conjunto de defectos que lo hacen inutilizable, por lo menos, de momento. Y el alcalde de Vigo, Abel Caballero, no tiene ninguna culpa en absoluto, todo lo contrario, tiene el mérito de defender a la ciudadanía de Vigo y su área de influencia frente a los desmanes del gobierno del Partido Popular en la Xunta de Galicia.
Lo lógico es que hubiera una cadena de dimisiones como consecuencia del desastre del hospital Álvaro Cunqueiro y de la multitudinaria manifestación del día 3 de septiembre, desde quienes bailan alegremente el ritmo que les imponen desde la Xunta de Galicia porque les interesa conservar el puesto y el dinero y demás prebendas sin importar a quien pisar —entiéndase directores, algunos jefes de servicio, y adláteres—, hasta responsables locales y provinciales de Sanidad, hasta llegar a la cúpula de los responsables, entendiendo como tal la conselleira de Sanidad y el propio presidente de la Xunta de Galicia.
En otro país habría dimisiones por mucho menos, pero aquí, en España, y sobre todo en esta tierra caciquil que se llama Galicia, no va a ocurrir. Está claro que no van a dimitir. Por lo tanto, habrá que esperar a las próximas elecciones para tener la oportunidad de demostrarles que incluso muchos de los fieles votantes del Partido Popular les retirarán, como mínimo, la confianza del voto, porque la realidad de los hechos demuestra las mentiras de quienes se empeñan en que veamos las cosas como a ellos les convienen. Y en este sentido conviene recordarles que muchos de sus votantes también demostraron su decepción participando en esa manifestación. Así las cosas, quizá la fórmula más airosa sería conservar , en paralelo al Álvaro Cunqueiro, el propio hospital Xeral, al que siempre se le ha conocido como “Pirulí” porque durante su construcción, según se comentaba en la época, todo el mundo “chupaba”. Quizá sea que han pretendido hacer otro “Pirulí” del Álvaro Cunqueiro, pero en horizontal, con la pretensión de que nos agachemos de espaldas frente a él.