El 30 de noviembre de 1975 se produce un indulto general y se abren las puertas de la cárcel de Carabanchel a los presos del franquismo. Cuatro mil presos y cinco condenados a muerte residían en el penal. Son liberados doscientos presos políticos, aunque se calcula que había unos mil. Gracias a la presión de las fuerzas democráticas aún no legalizadas serán excarcelados el resto, pero tendrán que esperar unos meses al siguiente indulto.
Carmen Polo, esposa del caudillo, traslada su domicilio del Palacio de El Pardo a su piso de la calle hermanos Bécquer el 31 de enero de 1976, donde vivirá apaciblemente hasta el día de su muerte.
Palacio de El Pardo en 1976
Escenario: Salón Goya.
Este salón es una de las estancias más importantes del Palacio. Recibe este nombre porque durante un tiempo estuvo decorada por la serie de tapices de Goya “Las cuatro estaciones”, de la que aún se conserva “La nevada”. La ornamentación del salón combina diferentes estilos, desde sillería sencilla perteneciente a la época de Fernando VII, hasta la consola con candelabros de porcelana francesa, todo ello de época de Alfonso XII.
-¡Ya estoy de vueeelta…!
«¡Hola, holaaa…!»
»¿Dónde se habrá metido este hombre? ¡Don Alfonsooo…!»¿Habrá salido al jardín con el frío que hace? Igual está en la sala de teatro disfrutando de las pantorrillas de Liza Minelli. No me extrañaría nada, estos borbones siempre pensando en lo mismo. Desde que le proyecté la película está obsesionado con la actriz.
»¿Quiere usted salir de su escondite, don Alfonso? ¡Soy Paco, que ya he vuelto!
»Ni rastro. Habrase visto. Voy a acercarme hasta el salón Goya, a ver si se encuentra por allí…
»Mira que se ha quedado esto vacío desde la mudanza. Desde luego Carmen se llevó todo lo que pudo, nadie le puso impedimentos, así que, ¿por qué no? Después de todo han sido casi cuarenta años habitando este lugar, la de objetos que tenía mi mujer almacenados por las estancias de este caserón.
»Anda. Ahí está, jugando con los relojes de uno de sus antepasados.
– Don Alfonso, ¡deje de cambiarles la hora!, que luego dirán que el palacio está encantado y se nos va a llenar esto de espiritistas e iluminados.
– Pero bueno, ¡quién ha regresado!, ¡si es Paquito! ¿Pero usted no se iba a descansar al Pazo de Meirás?
– Iba, pero una vez allí me he topado con el fantasma de una señora muy soliviantada que lleva años recorriendo sus corredores, y claro, como usted comprenderá, en Meirás me iba a resultar muy complicado tener el reposo espiritual que tanto ansío.
– Jajaja, es que doña Emilia es de armas tomar, la recuerdo de jovencita, y ya tenía arrestos la muchacha. Me imagino en lo que se habrá convertido. Entre ella y la otra, ¿cómo se llamaba…? Ah, sí, Concepción Arenal, tenían revolucionado el patio del feminismo del siglo pasado, y es que cómo son las gallegas de peleonas.
– Pues eso, que me ha echado con cajas destempladas. Aunque le digo una cosa, yo tampoco quería permanecer en semejante compañía. Le he dicho que me volvía a El Pardo con usted, porque yo siempre he sido muy monárquico.
– Pues bien que lo ha disimulado con mi hijo y con mi nieto. Al primero no le dejó fenecer en su tierra y al segundo no le permitió reinar.
– Bueno, no se queje, que he dejado en el trono a uno de sus biznietos.
– Si por su mujer fuera estaría en el trono el otro, el que convirtió en princesa a la nieta de usted. Su retoña sería la reina de España en estos momentos. Sin intención de faltarle, yo veo más preparada a la griega que a su adorable nietecilla. Guapetona y salada es la chavala, sobre todo cuando le da por bailar flamenco, pero la encuentro un pelín inmadura para tanta responsabilidad.
– Igual tiene razón. Carmencita siempre ha sido un poco alocada, pero muy buena chica, y el príncipe Alfonso no despertaba en mí las mismas simpatías que Juan Carlos. En cuanto a la helena, me parece una muchacha excepcional, recta, discreta, modesta y con una preparación impecable. Se advierte claramente que posee sangre germana.
– No me hable usted de teutonas, que bastante tuve yo con mi segunda costilla. ¿Sabe cómo la llamaba el pueblo? ”Doña Virtudes”, por su rectitud de carácter. Todo el día rezando y rezando, como su esposa doña Carmen. Con ese tipo de mujeres uno tiene que salir por necesidad a la calle en busca de entretenimientos.
– ¡Pues yo nunca he engañado a mi señora y me siento orgulloso de ello!
– Pero no compare, Paco, su vida no ha sido ni la mitad de divertida que la mía, y eso que viví muchísimos menos años que usted.
– ¡Yo a mi mujer le he tenido cariño y respeto toda la vida, y a lo que llama diversión yo lo llamo libertinaje!
– Jajaja, qué gracioso es usted con su puritanismo. A su consorte le ha tenido afecto porque tuvo la suerte de poder elegirla, como me pasó a mí con mi primera esposa, pero se me murió muy pronto la pobrecilla, y me obligaron a desposar a una segunda. España necesitaba un heredero oficial, porque extraoficialmente ya tenía dos hijos espurios con la encantadora Elena (1). La recuerdo sobre el escenario y aún se me eriza el vello de emoción.
– Diga usted que más que robarle el sentido le desabrochó la bragueta, que ya se sabe la fama que arrastran sus antepasados y que también ha heredado. No hay más que acordarse de su desvergonzada madre (2).
– A mi desgraciada madre la casaron obligada con el que fue mi padre oficial, pero no le quedó más remedio que buscar refugio en otras alcobas, porque su esposo gustaba más de la compañía de caballeros.
– Entonces, ¿usted desconfía de que puede ser hijo de algún oficial del ejército al servicio de doña Isabel?
– ¿Qué si sospecho? Tengo la completa seguridad, pero como la que daba a luz era la reina, uno siempre es hijo de su madre. El progenitor es lo de menos en estos casos.
– ¡Qué barbaridad! ¡Cómo son ustedes los borbones! Si además de adulterios tienen divorcios en la familia.
-Jajaja. Se refiere usted a mi hermana, supongo (3). Siempre fue la revolucionaria del clan. A la infortunada la desposaron coaccionada con un señor aburridísimo, y cuando se hastiaron de engañarse mutuamente, porque Eulalia no era de las que se sentaba a orar y aguardar a su esposo, decidieron disolver el vínculo matrimonial. Pero claro, en Francia, porque aquí en España esos avances eran inimaginables.
– ¿Le llama usted adelanto al divorcio? ¡Eso es un atentado contra las leyes de Dios!
– Pues don Enrique VIII era un terrorista del siglo XVI, en cuanto pudo se deshizo de la española para casarse con la de la pérfida Albión.
– Así acabó la inglesa, decapitada, por haberse metido donde no debía. Y la virtuosa Catalina, encerrada de por vida, le salvó su fe, que le dio consuelo todos esos años.
– El caso es que en España seguimos sin poder deshacernos de un mal enlace, lo tiró abajo usted en un momentito. Tanto bregar en el congreso por sacar adelante la disposición, y llega usted, y de un plumazo, anula los esponsales civiles y la ley del divorcio.
– ¡Es que el catolicismo es la base de la unidad de España, y el matrimonio lo hace y deshace la Iglesia, que para eso es sagrado!
– Cómo se aprecia que acaba usted de morirse. Si llevase tantos años como yo meditando y siendo testigo de tantas coyunturas, estaría curtido en asombros y asumiría que el progreso va acompañado de determinadas transformaciones. En mi infancia, en París, aprendí a valorar estos tránsitos, mientras que en España la sociedad seguía siendo encogida y ñoña y cualquier adelanto costaba un potosí.
– No sé cómo procederá su biznieto ahora que yo no estoy, pero espero que sea sensato y no me decepcione.
– Pues me temo que puede usted esperarse cualquier cosa, mi experiencia me dice que va a haber cambios, muchos cambios. Para empezar, un tal Ortega Spottorno (4) tiene intención de sacar a la luz una gaceta nueva. Está reclutando periodistas, muchos procedentes del periódico de los sindicatos verticales de su régimen. En breve estará en los quioscos de toda España, y dicen que tendrá una clara orientación democrática. He oído que le quieren llamar “El País”.
– Estos Ortega siempre dando la murga, más les valdría haberse quedado en el exilio. He oído que al padre en Alemania lo valoraban mucho, así que no sé porqué regresó, y ahora, al hijo, le da por fundar un diario democrático de tendencias más que dudosas. ¡Pero si me acabo de morir! ¿Qué pasa con el gobierno que dejé al mando?
– Por el momento siguen capitaneando los suyos, aunque me temo que a Arias no le resten muchos telediarios, como se dice actualmente. Ha trocado a algunos ministros para darle un aire de reformismo al nuevo gabinete, pero parece que no están convenciendo a mi biznieto ni a la población, que quieren acelerar el proceso democrático, y los suyos están atrincherados en sus posturas conservadoras.
– Si es que Carmen no se equivocaba, sabía que podía confiar en Arias. Y eso que tras el asesinato de mi querido Carrero Blanco no fue fácil decidirse. Pero qué hombre tan fiel, hasta la muerte, y mire que dudé con su nombramiento, pero Carmen insistió tanto que al final resolví hacerle caso
– Para que luego digan por ahí que su mujer no se entrometía en asuntos de Estado. Si lo sabré yo, que he sido testigo mudo de su vida en palacio.
– Bueno, ella siempre ha tenido buen criterio, pero las decisiones en esta casa siempre las he tomado yo. ¿Se entera usted?
– Sí, sí, para usted la perra gorda, pero no me negará que en los últimos años su señora ha sido muy insistente en sus prerrogativas… Afortunadamente no siempre se ha salido con la suya, pero le ha faltado poco.
– Vámonos a ver la tele, don Alfonso, que me quiero informar de cómo va el país.
– Desde luego, sí que le gusta a usted ese cachivache, en mis tiempos nos entreteníamos con la prensa y el teatro.
– Porque no tenían tele, que si no, otro gallo les cantaría.
– En verdad le tengo que dar la razón, el artefacto ese para las tardes lluviosas entretiene una barbaridad. El otro día mientras estaba usted de periplo por Meirás me distraje contemplando un nuevo programa que han empezado a emitir hace poco. Intentando sintonizar el “Un, Dos, Tres”, el maldito aparato cambió solo de canal y me encontré con un montón de señores debatiendo sobre el tema de una película que acababan de televisar. El moderador es un tal Balbín, un tipo interesante. Me pregunto, ¿cuánto tardará el gobierno de su adorado Arias Navarro en retirarlo de la programación?
– Ya está usted cuestionando el ideario. Si el espacio es moralmente correcto podrá seguir retransmitiéndose sin problemas.
-Veremos si es así como dice. El señor Arias Navarro sospecho que es más franquista que usted.
-Pues por esa misma razón decidí concederle el puesto. ¿Qué se había creído, que no lo medité a conciencia? ¿Quién mejor para dar continuidad a mi legado?
-Creo que su legado tiene los días contados, Paco.
Notas del Editor:
(1). Elena Sanz Fue una cantante de ópera de gran éxito en su tiempo, amante de Alfonso XII, al que conoció cuando ella tenía 27 años y un hijo, y el rey tan sólo 14. Elena Sanz tuvo dos hijos de Alfonso XII, que no llegó a reconocer oficialmente, pero a los que mantuvo y por los que se interesó mientras vivió.
(2). Ya la abuela de Alfonso XII y madre de Isabel II tuvo fama merecida de ser una gran vividora. Sus embarazos, casi anuales, causaban rimas y burlas en todo el país. Isabel II creció, pues, en un ambiente de gran liberalidad sexual lo que, unido a su carácter apasionado, alegre y generoso, hicieron de ella una auténtica vividora. Al acceder a la mayoría de edad a los trece años, se le buscó marido a esta edad, casándose a los 16 años con su primo, cuya homosexualidad era conocida públicamente. Este matrimonio la abocó a una vida de desenfreno, pasando por infinidad de amantes, militares, políticos y artistas. Probablemente el auténtico padre de Alfonso XII sea el capitán Enrique Puig Moltó, apodado “el pollo real”.
(3). Eulalia de Borbón fue la hermana pequeña de Alfonso XII. Se casó al año siguiente de la muerte de su hermano con Antonio de Orleans, del que se divorció quince años más tarde, cuando ya ambos estaban separados y convivían con sus respectivos amantes. Frente a su hermana, la infanta Isabel, que hacía todo lo posible por evitar cualquier parecido con la madre de ambas por medio de un férrero apego a las normas, Eulalia siempre tuvo fama de rebelde e independiente.
(4) Ortega Spottorno fue el hijo del filósofo Ortega y Gasset. Estuvo toda su vida vinculado al ámbito editorial, fundando Alianza Editorial, relanzando la clásica Revista de Occidente o fundando el periódico El País.