A la vista de la gente de la calle resulta una sentencia desproporcionada, y pone de manifiesto un enorme desequilibrio entre las estructuras jerárquicas del norte y del sur de la entidad gallega: nadie de la antigua Caixa Galicia -cuya sede estaba en A Coruña- ha sido condenado; todos los condenados pertenecen a la antigua Caixanova, derivada de la añorada Caja de Ahorros Municipal de Vigo.
En su día, el Banco de España permitió que las Cajas de Ahorros iniciaran una trayectoria paralela a las entidades puramente bancarias, alejándose, quizá, de sus postulados primarios. Cada una de las dos cajas evolucionó de modo independiente y hoy ya sabemos lo que sospechábamos: que Caixa Galicia estaba “desfondada” cuando se llevó a cabo la fusión, mientras que Caixanova tenía una gran solvencia en el mercado y no mayores problemas que cualquier otra entidad de futuro viable.
Conviene recordar, también, que la unificación de las antiguas Cajas fue promovida -casi obligada- por el presidente de la Xunta de Galicia, Núñez Feijóo, amparándose, entonces, en unos informes de viabilidad que luego, a tenor de la realidad, resultaron totalmente inciertos. El Partido Popular tomó la unificación de las Cajas como uno de sus proyectos estrella y aplaudió la formación de una única entidad gallega. Esto es algo que conviene recordar al presidente Núñez Feijó cuando ahora habla de ética frente a los medios de comunicación refiriéndose a los directivos condenados.
La fusión resultó un fiasco desde el principio porque Caixanova fue incapaz de soportar el inmenso lastre de Caixa Galicia, que su principal gestor, por cierto, utilizaba a su antojo como si fuera de su propiedad exclusiva. Y también conviene decir ahora que aquellos gestores que llevaron Caixa Galicia contra las rocas han salido indemnes, a pesar de su nefasta gestión y del enorme despilfarro de un dinero que era del pueblo: avión privado, restaurante privado, privilegios exclusivos… Nada que ver con la gestión de los directivos de Caixanova, centrados en su trabajo, sin caer en la prepotencia de un avión privado, ni de restaurante privado, ni de mayores privilegios que cualquier otro directivo bancario de niveles similares. La diferencia entre ambos equipos era notoria.
La anunciada -y ya inevitable- fusión resultó muy molesta entre la cúpula de Caixanova, de tal modo que sus componentes prepararon su salida de un modo que al principio parecía airoso y compensado económicamente, pero que luego provocó una explosión de críticas que desde A Coruña y desde la propia Xunta de Galicia fueron azuzadas con oculto interés. Al final, la auténtica central de la Caja fusionada terminó ubicándose en A Coruña, se le inyectó dinero público para sanearla -según decían-, y al cabo del tiempo la entidad fue vendida al mejor postor. Curiosamente, al cabo de varios meses la entidad comenzó a dar sus frutos, comenzó a ser rentable, lo cual contradecía el mal estado que se le atribuía en su momento. El resto de la historia ya es conocida: la condena judicial afecta solamente a los directivos de Caixanova, pero a ninguno de Caixa Galicia. ¡Qué diferencia tan curiosa!
Y en estos momentos en los que se habla de justicia también conviene recordar que la Caja de Ahorros Municipal de Vigo, y luego Caixanova, con sus directivos al frente, estuvo realizando grandes aportaciones a la ciudad de Vigo durante décadas, tanto en el terreno económico, siendo el soporte de numerosas empresas de todo tamaño, como en el terreno social y en el cultural, algunos de cuyos logros todavía perduran.
Lo ocurrido con todo este proceso, sin duda, es una auténtica vendetta del Partido Popular contra Caixanova y contra la ciudad de Vigo, y todo ello con el apoyo de A Coruña, que nunca aceptó -ni llegará a aceptar- que Vigo pudiera estar por encima. ¿A qué ética se refiere el presidente Núñez Feijóo cuando habla frente a los medios de comunicación?