A través de la televisión, entre los clásicos Inglaterra, Nueva Zelanda o Irlanda aparecía aquellos Pumas que terminaron siendo de bronce. Era la selección pequeña entre las grandes, pero presentaba argumentos notables como se vio durante todo el torneo. Como apertura estaba el talentoso Juan Martín Hernández y su patada de notable potencia. Estaba escoltado por Felipe Contepomi y toda la orquesta la dirigida uno de los medio melé de mayor nivel que se haya visto sobre un terreno de juego de rugby, Agustín Pichot. En una entrevista reconoció sentir “miedo en cada partido y creo que el día que deje de sentirlo, dejaré de ser jugador”. Hoy en día maneja en los despachos los destinos de Argentina con igual acierto que lo hacía sobre el campo.
El propio medio de melé dijo tras meterse en las semifinales que “esto recién empieza”. Y así fue. Aquella Argentina todavía tenía mucho de su rugby amateur y ahora está completamente profesionalizado. Los jugadores no eran grandes talentos, no tenían las destrezas de otros ni los conceptos técnicos. No obstante, disponían de más corazón que el resto de combinados. Estos factores eran especialmente patentes en una delantera granítica, solidaria, casi aplastante. En ella sobresalía una primera línea de leyenda con Rodrigo Roncero ‘Ro Ro’, Mario Ledesma ‘Supermario’ y Martín Scelzo. Desde el banquillo ya entraba Marcos Ayerza. Por detrás, uno de los mejores segundas de la historia Nacho Fernández Lobbe, mientras que el actual capitán y su hermano Juan Fernández Lobbe comenzaba a forjar su leyenda en la tercera, al igual que Juan Martín Leguizamón. Patricio Albacete, otro histórico, también vestía aquella camiseta.
Sin embargo, más allá de las personalidades, de los nombres, aquel paquete jugaba como uno sólo. Probablemente, uno de los más compactos de la historia del rugby. Si en algún momento cobra sentido la frase de que cada jugador en rugby tiene que “hacer su trabajo. Sólo su trabajo, pero todo su trabajo”, es contemplando en un terreno de juego aquellos hombres. Los Pumas de bronce de 2007, los que derribaron barreras.
Ocho años después, el bar Melé esta cerrado y allí está ubicado un restaurante de cocina moderna. La cerveza de barril se cambió por vinos de etiqueta. Nuevos tiempos. Esta noche, en el Queen Elizabeth de Londres, una Argentina también de nuevos tiempos, de juego abierto y talento en los tres cuartos intentará repetir aquella gesta de 2007 y volver a ser de bronce, en esta ocasión, ante Sudáfrica. Ahora, lo Pumas rebosan juventud y talento. Si aquella generación podía ser la última forjada en el rugby amateur, en la actualidad los jóvenes jugadores argentinos llegan a la edad adulta con destrezas técninas notables, tecnificación deportiva y trabajo casi desde la cuna. Es una potencia.
Sin embargo, a esos jóvenes jugadores argentinos, que ya tutean a cualquier selección del planeta, también se les debe recordar lo que siempre fueron los Pumas, especialmente su delantera. Solidaria, dura, trabajadora, casi impenetrable y, también, casi sin lucimientos personales. Juan Fernández Lobbe, Leguizamón y, sobre todo, Marcos Ayerza, pilar a la vieja usanza, sirven para recordar que de donde proceden los Pumas. Que la modernidad está bien, que hay que evoluciar el rugby para no quedarse estancado, pero que no se puede olvidar el origen y los principios básicos del juego. Porque cada melé contra Argentina tiene que ser una tortura para el rival. Porque Roncero, Ledesma o Scelzo hicieron grande a la selección sudamericana.
La final, Australia-Nueva Zelanda
Para el sábado de tarde quedará una final del Mundial entre Australia y Nueva Zelanda (17:00) que huele a aroma clásico, pero curiosamente, nunca se midieron en la lucha directa por el torneo. Ambas selecciones suman dos títulos y la victoria será cononarse como la mejor. Los ‘all-blacks’ llegal partido en una cita con la historia. Hasta el momento sólo ganaron los Mundiales disputados en su país y, además, será el último partido internacional para la generación inolvidade de McCaw, Carter, Mealamu, Nonu. Por su parte, Australia mezcla veteranía y una juventud talentosa e, incluso, algo irreverente. El pronóstico es complicado proque Nueva Zelanda es la regularidad pero Australia puede ganar a cualquier. Y una final son sólo ochenta minutos, sin revanchas, sin doble oportunidad, gloria o plata.