Las blogueras muy top nunca llevan medias, haga el frío que haga. Eso nos lo dejan a nosotras, las mortales. Ella se presentó en aquella mañana gris con una medias marrones oscuras muy tupidas y un abrigo clásico marrón.
Así que a mí, esa mañana, se me rompió un poco la imagen de estilo que me había imaginado al seguir su blog: ir a una entrevista para televisión con medias color ‘Carmelitas’ (sé que unas cuantas generaciones de viguesas entendéis así mejor a qué color me refiero) y un abrigo marrón clásico no me parecía la mejor manera de lucir eso que se llama fashion style, pero allá cada uno (está claro que me equivoqué en el análisis visto el recorrido y el éxito. Y viéndola ahora, recorriendo mundo en manga corta y pierna al aire en pleno invierno, y posando con abrigos para sesiones de fotos en septiembre, supongo que estaría, sin saberlo, acumulando energía).
Por entonces no tenía un team detrás, ni era una marca, ni un personaje, como ahora, pero era lovely y «era Pepa». Porque a la cita acudieron su novio/fotógrafo (co-responsable con su abnegado trabajo del ascenso que tuvo su blog) y Pepa, aquella perrita que dio nombre a su blog y que ahora ha desaparecido, a pesar de que en la separación de «bienes» de su ruptura con aquel novio-team, prometieran mantener el régimen de visitas.
Han pasado los años y hemos visto como Alexandra pasaba de posar «lovely» en la plaza de la Miñoca de Vigo o en el Parque de Castrelos, o en las playas viguesas, enseñando conjuntos que se compraba en las tiendas de la ciudad, (y que al día siguiente sus seguidoras corrían a buscar), a recorrer resorts de lujo y hoteles de medio mundo, como diría mi abuela «a gastos pagos» y con prendas y accesorios de grandes marcas, que estoy casi segura, la gran mayoría de sus seguidoras no se pueden permitir ni ahorrando un par de meses. (Bajo estas líneas, una de las fotografías de uno de sus viajes en su blog)
Pero ella siguió subiendo y creciendo. Subían las visitas, los seguidores, y el team. Y su historia se podría estudiar en el futuro en las escuelas de marketing como ejemplo de éxito, de producto, o de burbuja, yo no sabría definirlo. Sus seguidoras han pasado en estos años de querer vestir como ella, a soñar con tener esa vida idílica que ella nos muestra cada día, de viajes, novio ideal, y bolsos carísimos.
Por el camino, unos cuantos «cadáveres», como en todo buen ascenso meteórico: el primer novio, la ciudad donde creció, alguna colaboradora… han ido desvaneciéndose, mientras ella se convertía clic a clic en eso que llaman influencer.
Las marcas le pagan cifras astronómicas por ponerse sus prendas, ir a sus eventos, subirse a ese coche, comer esos cereales (o hacer que los come), o pasar una semana de relax, después del estrés que provoca todo lo anterior en ese hotel de lujo que es el paraíso, al menos, el de esta semana. Y eso, nos guste o no, tiene mucho mérito. Para que se lo anoten en las escuelas de Marketing.
Este lunes la vi sentada en el sofá de Risto, intentado definir el estilo, queriendo parecer «normal», cuando todos sabemos que para mal o para bien ni su vida ni su personaje entra dentro de esa mal llamada normalidad, ni de lo que tenemos alrededor. Contando que rehuye las críticas por no «ponerse mala» y hablando de «su ciudad», así sin dar el nombre.
Y entonces recordé aquella entrevista con abrigo, medias marrones, amor y perrita y cuando paseaba por la avenida de la Florida, cuando iba en chandal al súper y cuando la podías ver e incluso saludar en un Zara. Cuando solo era una chica normal, llena de sueños.