La evolución del calendario desde la época de la Antigua Roma hasta la época actual está cargada de anécdotas y curiosidades. He aquí algunas de las que más me llaman la atención:
1. El año no siempre tuvo 12 meses, ni tampoco comenzó siempre en enero
Los antiguos calendarios se basaban en las fases lunares, pues era mucho más fácil observar a la Luna que realizar complicados cálculos astronómicos para determinar la posición relativa de la Tierra con respecto al Sol. Esto hacía que la duración de los meses fuese prácticamente la misma que la actual, pero, en cambio, la duración del año era bastante dispar.
El primer calendario conocido utilizado en Roma, llamado calendario de Rómulo, dividía el año en 10 meses y tenía un total de 304 días.
El primer mes del año era marzo, empezaba el año con la primavera, ya que en esa época la agricultura tenía una gran importancia y era en ese mes cuando comenzaban las labores agrícolas.
Pero, claro, que el año durase sólo 304 días producía un desfase que hacía que, con el paso de los años, los meses se desplazasen con respecto a las estaciones.
Para solventarlo, los pontífices, que eran los encargados del calendario, añadían cada dos o tres años unos meses llamados Mercedonius con el fin de que “todo volviese a su sitio”. Pero estas ampliaciones del año a menudo solían ser realizadas a conveniencia, ampliando los años oportunamente para alargar el mandato de algunos o para forzar la salida de otros.
2. El año de la confusión
En el año 46 a.C., Julio César, asesorado por el astrónomo Sosígenes, decidió reformar el calendario para adaptarlo a la verdadera duración del año solar.
Esta reforma dio lugar al calendario juliano que, para poder ser implantado, obligó a que el año 46 a.C. tuviese 15 meses y un total de 445 días.
3. ¿Septiembre no viene de séptimo?
Así es. Y es que en el calendario de Rómulo, en el que el año tenía diez meses y comenzaba en marzo, septiembre era el mes séptimo. Y octubre el octavo. Y noviembre el noveno. Y, por su puesto, diciembre el décimo. De ahí sus nombres, claro.
Enero y febrero fueron añadidos en una reforma posterior y, al principio, ocuparon las posiciones undécima y duodécima.
4. ¿Y por qué ahora cambiamos de año el 1 de enero?
El primer día de marzo, primer día del año, se nombraban los nuevos cargos políticos. Ese día solían comenzar las campañas militares con la designación de los nuevos cónsules.
Se cree que debido a las campañas llevadas a cabo en Hispania en el año 153 a.C., se tuvo que adelantar el nombramiento de los cónsules al 1 de enero. Pero como los cargos políticos únicamente podían estar un año en el poder, el siguiente cambio se debería producir también en enero, por lo que se decidió cambiar definitivamente el comienzo del año y convertir a enero en el primer mes, pasando marzo a su actual tercera posición.
Pese a cambiar el orden de los meses, no se modificaron sus nombres, de ahí que septiembre, siendo ahora el mes noveno, mantenga su nombre relativo a la séptima posición.
5. ¿Por qué es febrero más corto que sus hermanos?
Una teoría, que aparece recogida en numerosas publicaciones, culpa de ello a la vanidad de César Augusto:
A la muerte de Julio César y en su honor, se decidió cambiar el nombre de su mes de nacimiento, hasta entonces llamado Quintilis, a Julium. Años más tarde y por iniciativa del Senado romano, en honor a César Augusto se cambió el nombre del sexto mes de Sextilis a Augustum.
Pero Quintilis tenía 31 días y Sextilis, 30. Así que César Augusto decidió que su mes no podía ser más corto que el de su predecesor, y le sacó un día a Februarius para que tanto Julium como Augustum tuviesen la misma duración.
Otra teoría, menos atractiva, indica que simplemente en la reforma que hizo Julio César para hacer coincidir el año del calendario con el año solar hubo que repartir unos días sobrantes entre los diferentes meses, y febrero recibió menos días porque fue el último mes en incorporarse al calendario.
6. Los días que nunca existieron
Pese a todas las reformas realizadas, el calendario juliano seguía produciendo un desfase temporal que hizo que en el año 1582 el equinoccio de primavera coincidiese en el día 11 de marzo en lugar de en el 21.
Para poner de nuevo las cosas en su sitio, y por orden del papa Gregorio XIII, al 4 de octubre de 1582 le siguió el 15 de octubre, por lo que los diez días del medio “nunca existieron”.
En ese mismo año se realizaron una serie de reformas por las que abandonamos el calendario juliano y comenzamos a usar el actual calendario gregoriano, llamado así por ser el papa Gregorio XIII su promotor.