Porque la relación que se establece entre un portero y la pelota se basa en la desconfianza. Puede que un guardameta quiera tanto al balón como un delantero, pero es un amor muy distinto. Es el amor que siente el domador por sus leones o el faquir por sus cuchillos. Es un amor peligroso, un amor no correspondido y solitario que tiene algo de irracional. Un portero sabe que la pelota, tarde o temprano, le va a traicionar y que no habrá nadie en disposición de echarle un cabo.
Sergio Álvarez y Rubén Blanco están sufriendo esta traición y lo hacen en una soledad compartida. No hay lugar en el campo más frío que el área propia. Para habitar en él y no caer en la tentación de echar a correr junto al resto de tus compañeros, uno debe estar hecho de una pasta especial, aunar templanza y personalidad, nervios de acero y un gramo de locura. Los porteros no son como el resto. Son mucho mejores.
Berizzo es el que ha querido que ambos compartan su soledad, pero no se ha dado cuenta de que la compañia, lejos de aliviar el destierro emocional, agudiza el desamparo, sobre todo el de Rubén, que en Málaga fue víctima de la incertidumbre.
Con Rubén no se han hecho las cosas bien. Ha tenido que soportar el peso de las expectativas puestas en él sentado en el banquillo, sin poder estirar las piernas, arriesgándose a ser víctima del síndrome de la clase turista. Qué bien le habrían venido un par de años de aprendizaje y aire puro en otros campos. Ha perdido la frescura y el descaro que tenía aquel crío que salió a jugar a Balaídos como si se tratase de A Madroa y salvó a su equipo del descenso casi sin darse cuenta y no ha adquirido el aplomo y el empaque que necesita un portero titular en Primera División.
En el club, incluso desde antes de que se convirtiese en uno de los costaleros de la cofradía del 4%, tenían claro que Rubén era la apuesta ganadora, que acabaría siendo el dueño de la portería celeste. Pero su momento no acababa de llegar. Ni siquiera el destemido Luis Enrique asumió el riesgo. Las buenas temporadas de Yoel y Sergio cargaron de razones a los prudentes.
Esta temporada parecía que todo podía cambiar. ¿Si Rubén no se hubiese lesionado en el primer partido de Liga habría mantenido la titularidad? Es muy probable, a pesar de que su actuación ante el Levante arrojó muchas dudas.
Y ahora es cuando toca hablar de su compañero de soledad. Sergio se ha acostumbrado durante toda su carrera a sufrir de forma aguda todos los incovenientes de ser portero. Siempre ha tenido que cargar con el sambenito de ser demasiado bajito para ser guardameta. Incluso ha sido tratado con una condescendencia rayana en el desprecio. Sin embargo, sus reflejos, su buen manejo en el juego con los pies y su imperturbable sensatez lo convirtieron con el paso de los años en un fantástico futbolista. Nunca ha alzado la voz para quejarse a pesar de todos los obstáculos que ha tenido que superar. Es obstinado, en el buen sentido de la palabra, trabajador y un gran compañero. Su normalidad lo convierte en una anormalidad en el fútbol moderno, plagado de envidia y prepotencia.
Llegó a la cima sin atajos, recorriendo un largo camino empedrado. Pero aun así, todavía hay quien lo considera prácticamente un impostor, algo así como un opositor a policía que ha falseado su expediente para parecer más alto de lo que realmente es. Ni siquiera ser reconocido como el portero revelación de Primera le ha valido para hallar el reconocimiento de algunos.
A Sergio se le empezó a cuestionar esta temporada tras unos cuantos partidos grises y un par de ellos realmente malos. Pero se recuperó, como siempre hace. Probablemente fue el mejor del Celta en el Villamarín y una semana después salvó dos puntos ante el Espanyol con un vuelo espectacular. Sin embargo, el ‘castigo’ llegó tras estas dos buenas actuaciones. Algunos dicen que Berizzo lo hizo por su bien, para no herir su orgullo, para que no se sintiera señalado por sus errores. Fue entonces cuando el entrenador se inventó esta salomónica política de rotaciones. Sergio, un profesional sin tacha, la ha aceptado y en La Rosaleda saltó al campo para detener un penalti que, según el árbitro, había cometido su desorientado compañero de soledad.
Berizzo tiene ahora tres opciones: continuar con el experimento, apostar decididamente por el enorme potencial de Rubén, a pesar de su desastroso partido en Málaga, o regresar al plan inicial premiando la entereza y experiencia de Sergio. Sea cual sea su decisión, habrá damnificados. Y parece que si opta por la primera, este (el damnificado) será el Celta.
Vladimir Nabokov, que fue guardameta en sus tiempos mozos, dijo una vez -o dicen que dijo, porque no está muy claro que realmente fuese él quien pronunció la frase-, que “el trabajo de portero es como el de un mártir, un saco de arena o un penitente». Sea su autor el padre de ‘Lolita’ o un ingenioso biógrafo, Sergio y Rubén han comprobado de primera mano la ingratitud que acompaña a su profesión. Pero no se preocupen. Ya lo hemos dicho antes. Los porteros no son como nosotros. Son mejores.