El Celta fue sabio este miércoles ante el líder y Balaídos lleva siéndolo desde hace ya un tiempo. La afición celeste disfruta como la que más con el bendito «fútbol de salón», pero también sabe aplaudir a su equipo cuando este va a buscar el balón al baño, comprueba que se ha escondido entre la taza del retrete y el bidé y lo saca de allí a trompicones.
Unos años de hastiada resignación consiguieron dejar atrás una etapa de exigencia desmesurada. Tras este proceso, el paladar de la afición se ha refinado. Pero no me entiendan mal, no es un refinamiento ‘snob’. Es el gusto por lo bueno y por los matices que tiene lo bueno. El que siente un arquitecto cuando contempla en todo su esplendor una catedral gótica y además de con su belleza disfruta comprobando cómo se las ingeniaban aquellos señores del medievo para que la mole no se viniese abajo. O el de aquel que aguza el oído para escuchar una magistral línea de bajo sin la que una gran canción hubiese perdido su profundidad y su alma.
Aquellos ya lejanos silbidos al Tucu ante Las Palmas valieron como luz de alarma, sirvieron para que los fieles hiciesen recapacitar a los ‘rebeldes’. ¿Con lo largo que se ha hecho el camino hasta aquí nos vamos a salir ahora de la carretera para estrellarnos contra el primer árbol que encontremos?
A falta del éxtasis que provocan los goles -«la salsa del fútbol», parafraseando a los clásicos del tópico-, Balaídos se lo pasó en grande el miércoles con las pequeñas victorias. Un balón robado, una falta a tiempo, una carrera de Guidetti que hacía temblar a los centrales, esa parsimonia del Tucu protegiendo el balón, las salidas que encontraba Wass cuando ya todo parecía perdido, las subidas por banda de Planas y Jonny, la astucia de Aspas, el descaro de Orellana, el temple de Radoja… A la afición le faltaban manos para aplaudir cada uno de estos detalles. Había tantos frentes abiertos que incluso muchos se olvidaron de silbar cuando Augusto recibía el balón.
«Me siento representado por estos jugadores». Cada una de las diecisiete mil y pico personas que estaban el miércoles en Balaídos podía haber hecho suya esa frase -con la salvedad de los que fueron al partido pertrechados con banderas del Atlético, claro-, pero no fue ningún aficionado quien las dijo, fue Eduardo Berizzo. El argentino, además de como estratega, está destacando como portavoz del celtismo.
Esta sintonía puede llevar al Celta a alcanzar grandes metas. O, quizá, no. Tal vez nunca lleguen las grandes victorias y tengamos que contentarnos con las medianas. Pero ya se sabe que lo mejor del viaje es disfrutar el paisaje.
La vida está repleta de pequeñas victorias y grandes derrotas. Si no sabemos disfrutar las primeras, nos destrozarán las segundas. Y, recordemos, la vida no es como un partido de fútbol, pero un partido de fútbol sí puede ser como la vida misma.