Por el medio, el proceso tiene diversas etapas y varios retos. Los inicios siempre son ligeros, sin mucha importancia y, por supuesto, nunca te planteas hacer una carrera de 21 kilómetros. «Nunca pensé en meterme en esto», reconoce. El inicio fue suave y cuesta abajo porque «empecé corriendo en marzo del año pasado. Fue gracias a Nuria de Radio Marca. Ella corría y empecé con ella, pero sin mucha frecuencia. Una semana iba, otra no iba. Paraba un par de semanas. Más o menos, así. Hasta junio del año pasado que fue a la primera carrera, la de la mujer. Que eran cuatro kilómetros», precisa.
Ella todavía no lo sabía, pero ya tenía el vicio en el cuerpo. Ya figuraba como una particular ‘yonqui’ de las zapatillas. Sí, era una más del club. El proceso fue el siguiente, siempre siguiendo una línea clásica de drogadicción atlética. «Después fui a la de Beer Runner que daban cervezas y tapas y era algún kilómetro más. En setiembre lo retomé con ganas, fui a la carrera del cáncer, después a la de Érguete y a la San Silvestre de Oporto, la primera de 10 kilómetros. Era el gran salto», reconoce Iria. Y así «me vine arriba». Hablamos de San Silvestre, cambio de año. Fecha de promesas, modificación de planes y, tras realizar los 10.000 metros, el reto era evidente para nuestra ‘runner’ aprendiez. «Me puse como propósito de 2016 hacer la Vig-Bay y con eso estamos. Primero iba a correr por libre cuatro días a la semana. No fallé ningún día, pero mi marido me decía de entrar en algún grupo. Yo salía sóla y no es lo mismo. Siempre puedes mejorar técnica y también el entrenamiento».
Y es que el camino comenzó como un particular reto en pareja, pero la parte masculina se cayó con celeridad por los problemas de espalda. Y, claro, por mucha voluntad que exista, es mucho lo que entrenar para hacer 21 kilómetros y más cuando se carece de experiencia. En definitiva, Iria necesitaba un paso más para teminar el círculo vicioso del atletismo: el entrenamiento planificado en grupo. «Había varios, uno que eran cuarenta euros al mes por ir a correr un día, otro era de 25 euros por un plan ‘online’… Y conocí el grupo de Rubén Pereira (entrenador del Athletics), que me ofreció un día gratuíto. Me gustó y quedé con ellos. Vamos dos días a las semana a Castrelos. En compañía llevo desde febrero. Hago todo lo que no hacía antes como series y te ayuda a mejorar. Los martes son los entrenamientos duros y hacer series es muy complicado porque tienes que mejorar los tiempos y se hace muy duro».
Y así es la historia. Se empieza por correr un par de días, se va a una carrera corta, después a otra un poco más larga… Llega el 10.000 metros y en marzo consultas el calendario, cuentas los días, sales del trabajo corriendo para entrenar, estás metida en un grupo de entrenamiento y «en vacaciones me llevé las zapatillas para cumplir con los entrenamientos». En definitiva, estás enganchada porque como explica Iria «ya salgo de casa vestida y vuelvo a casa corriendo y es inmediato. En el gimnasio tienes que hacer la bolsa, ir, cambiarte, hacer todo… Me daba mucha pereza, pero esto no. Fui poco a poco, hacía dos kilómetros y ahora ya hice un entrenamiento de 18″.
Y ahora llega la Vig-Bay, con sus dificultades, su subidas, sus miedos… Puede hacer calor «y se nota», o puede venir una borrasca de sur «y dar mucho viento en Playa América». Lo cierto es que nuestra debutante siente «factible» el llegar a Baiona porque «si es necesario, la termino andando. Pero creo que sí, que la haré». Como todo atleta anónimo tiene ya sus fans porque «mi familia me dice que tengo mucha fuerza de voluntad» y el marido «me ayuda, el otro día fue a recogerme a donde quería terminar y me siguió por el camino para que no me pasara nada». Por cierto, después de la Vig-Bay llegará la calma, los dolores y… ¿cuánto tardará Iria en tener un nuevo reto? Aposamos a que poco.