Los rayos golpean la arena de Rodas. La magestuosidad y longitud de la playa es necesario vivirla en primera persona. Es más larga de lo que se intuye desde los miradores de la Ría de Vigo. Es más bella de lo que permite imaginar la mente. Hace sol y la atmósfera está limpia, por lo tanto el azul es impecable. Buen día para comenzar a caminar, buena elección para hacer la ruta hasta el Faro de Cíes, punto más alto que dispone de senderos. Es primavera, el sol elimina el frío y el aire norteño evita el calor.
Saltar del barco y poner un pie en el archipiélago es entrar en una imagen de postal constante y un cartel pone de manifiesto que es la isla de las gaviotas. Nada de espantarlas, nada de perseguirlas, en el parque natural cambian las reglas, la naturaleza se impone y, para que engañarse, el humano parece sobrar en un contraste de colores azul, verde y casi blanco. Cielo y mar, montaña y arena. Por supuesto, las aves están en todos lados y el agua invita a bañarse, como lo hacen ellas, aunque su fría temparatura lo desaconseja en marzo. Siemre hay irreductubles.
El acento vasco se distingue entre los caminantes, también el catalán y unos jóvenes pelirrojos pronuncia una lengua que todo indica ser nórdica. Entre los excursionistas hay orientales que superan los cuarenta y también centroeuropeas que rondan los veinte. Sin embargo, las despistadas son locales y acuden a Cíes con zapato de tacón, ropa de los domingos y maquillaje. Mala elección para disfrutar de la arena y el monte. Son de las pocas que no toman el sendero del Faro para el viaje.
Llegar al punto más alto se hace obligatorio y es más que recomendable. Se pasa por la espectacular rareza que constituye el Lago dos Nenos. Por el sendero los carteles advierten que está prohibida la pesca y, un poco más después, se puede observar un banco de peces que se alimentan en las aguas cristalinas. Llega el momento del camping, un nuevo restaurante y los primeiros miradores sobre la isla. Es justo antes de la desviación, uno sigue una senda costera y otro será el camino al Faro. Cada uno a su ritmo, los excursionistas comienzan a serprentear entre árboles, es donde crecen con mayor vigor protegidos por las cimas graníticas de los vientos atlánticos. Un camino que constituye un manual acelerado de vegetación gallega en altura en poco más de 170 metros de desnivel.
La primera parada en el camino es Pedra da Campá, un mirador rodeado de aves, un buen lugar para observarlas y también para tener una panóramica sobre el Lago do Nenos y Rodas. El lugar invita a sacar el bocadillo, pero deberá mostarse un poco de paciencia, tomar un poco de agua y regresar al camino principal para seguir hasta el final del sendero. Las cuestas incrementan el desnivel y tras un zig-zag se observa toda la subida. Los muros sirven para facilitar el camino en lo que supone una imagen de auténtica postal. Llegar hasta el Faro de Cíes debe ser obligatoria para decir que estuviste allí. En su cima, ahora sí, llega el momento del bocadillo entre gaviotas y panorámicas indescriptibles. Es necesario ir.
Para el descenso hay opciones, cambiar de ruta y regresar por la costa, parar en la coqueta Praia de Nosa Señora o irse a la Isla de Monteagudo para ascender al mirador del Príncipe y caminar un poco más entre árboles con aroma a mar. Todas son alternativas válidas, como puede ser tomar en sol en alguno de los bares con un refresco en la mano. También se puede optar por tumbarse y dejar que te golpen los rayos, pero el cuerpo pide dirigirse hacia uno de los extremos de la playa de Rodas, descalzarse y hacer por la orilla los 1.200 metros de arena fina y blanda. Probablemente, aquel redactor de The Guardian que la declaró como mejor playa del mundo optó por el paseo. Si ya escogió hacerlo de ida y vuelta, la hipótesis se convierte en afirmación.