Es una de las cinco de Galicia con esta denominación junto a la festividad del Día del Apóstol, el Festival Celta de Ortigueira, la Romería Vikinga de Catoira y el Corpus de Ponteareas. Para los profesionales y aficionados a la fotografía es, además, un «paraíso», como definió en su día uno de los organizadores de la fiesta, Manuel Cabada. Así, junto a la catedral de Santiago y la Costa da Morte, la Rapa das Bestas está considerado uno de los tres iconos más potentes de Galicia que se han exportado a todo el mundo.
Lo primero que hago al llegar al pueblo es acercarme al centro para ver el traslado de las reses por sus calles. La jornada del viernes está dedicada a reunir a los caballos, separar a los potros y marcar las reses con microchip. Antes los caballos eran marcados a fuego, en el caso de los que pertenecían a particulares, mientras que a los del «santo» se les hacía un corte en la oreja. Esta práctica se ha erradicado porque no eran lo más idóneo y producía pérdida de audición a las reses.
La tradición de la Rapa das Bestas de Sabucedo se remonta al año 1567, al declararse la peste bubónica, tras la cual dos ancianas dejaron libres en el monte a una pareja que dio lugar a las primeras manadas. El documento parroquial más antiguo se remonta a 1682 y alude a la venta de potros y crines, una actividad en la que radica el origen de la Rapa.
Una banda de gaiteros nos amenizan la tarde. Yo, mientras tanto, sigo conociendo un poco más de qué va esta fiesta tan ancestral en la que el protagonismo lo tienen los caballos pero también los «aloitadores» -tanto hombres como mujeres- que, sin más medios que sus propias manos, intentan reducir y dominar al animal sujetándole por la cabeza y los cuartos traseros para lo cual aplican una técnica que consiste en taparles un ojo o, en algunos casos, incluso morderles la oreja. Al derribarlo e inmovilizarlo, es cuando se le cortan las crines, que antaño se usaban para rellenar colchones y cojines, fabricar escobas y pinceles.
Ahora me doy una vuelta por la zona de las atracciones y los bares de la fiesta, y como es habitual me paro en la zona de asado en la que veo cosas nuevas aparte del tradicional churrasco de cerdo y ternera. Como en toda fiesta gallega, el comer bien es indispensable por lo que durante estos días Sabucedo se llena de puesto de pulpo, churrasco y carne a la parrilla que hacen las delicias de los visitantes. El pulpo a la gallega sabe mejor en estos puestos que en cualquier restaurante.
Llego a la zona del curro y me pongo a la cola para entrar ya que la entrada la compré hace unos días. Vune a propósito a Sabucedo desde Vigo solo a comprar la entrada ya que por internet no pude hacerlo y por temor a quedarme sin ella vine hasta aquí solo para eso. Aún así fue mejor para mí ya que era el primero de la cola para entrar y cogí un sitio muy bueno en primerísima fila en la que sentía el respirar de los caballos a mi lado y alguna coz me pasó muy cerquita. Fue impresionante.
Así, al fin pude asistir después de varios años de intentos a la famosa Rapa das Bestas de Sabucedo, todo un espectáculo digno de admirar. La batalla entre «aloitadores» y caballos es apasionante a la vez que muy respetuosa. Tres «aloitadores» por caballo, dos a la cabeza y uno a la cola hasta que quede inmovilizado para la rapa.
La lluvia respetó la primera rapa, y eso que se puso pesada por la mañana, dificultando la bajada de las bestas. Con la mirada clavada en el cielo, durante más de dos horas se revivió la ancestral lucha entre hombre y caballo en el ampliado curro que pese a ello volvió a quedarse pequeño para acoger a los admiradores de una tradición que Sabucedo lidera sin el menor margen para la duda en Galicia.
Si dentro no cabía ni un alfiler, los que se quedaron sin entradas abarrotaron también el exterior. Y hubo cierto rifirrafe entre los fotógrafos a quiene se les obligó a retirarse de la primera fila para no tapar la visión del público. Lo primero que se hizo fue separar a los potros de sus madres, una tarea que quedó en manos de los futuros «aloitadores».
En esta ocasión entraron en el círculo de arena en torno a 230 bestas, unas más nerviosas que otras, dispuestas a demostrar su bravío. Ojo avizor, los aloitadores fueron capturando una a una a sus «víctimas» con las únicas armas de su fuerza y su destreza. En total, 25 valientes dispuestos a medirse con las bestas para renovar un rito ancestral con las crines como tesoro.
«É un vicio do que sentirse orgulloso», sentenciaba aún cansado por el esfuerzo uno de los protagonistas.
El domingo volverán a demostrar esa química especial con los caballos, ese respeto del que mira de frente para cumplir con una tradición convertida en espectáculo. No es la única ya que en Galicia se practica en numerosos curros pero la de Sabucedo es única porque no se usan cuerdas, palos ni ningún tipo de aparato para reducir al animal, tan solo la fuerza de los «aloitadores», que se juegan el tipo saltando y derribando a los caballos salvajes.
Esta foto de abajo está descargada de internet, para que se vea dónde estaba situado en la plaza del curro casi sintiendo el sonido del corazón de los caballos salvajes y oliendo el sudor de los «aloitadores» que hacen de esta fiesta algo que a mí particularmente me produce unas ganas impresionantes debajar a la arena y unirme a ellos.
Pese a las críticas de algunos, los «aloitadores» usan técnicas con siglos de antigüedad, respetando sobremanera a los animales. Uno salta sobre el caballo para taparle los ojos y así desorientarlo, otro lo coge por el cuello para pararlo y un tercero lo agarra por el rabo para intentar desestabilizarlo. El jinete tiene que bajar del caballo deslizándose alrededor de su cuello y una vez inmovilizado el animal se le corta la crin, la cola, y se le administra antibiótico.
Así, hasta llegar a rapar más de 600 caballos durante los tres días de fiesta. Los caballos son salvajes y no están acostumbrados a estar encerrados por lo que dentro del curro hay muchas peleas entre los machos y con los aloitadores que intentan subirse. Aunque la fiesta parezca muy salvaje, los organizadores aseguran que los caballos no sufren ningún daño más allá del estrés de estar todos agrupados, pero que se compensa con la mejor higiene con la que vuelven a su hogar en el monte.
De los «aloitadores» no se puede decir lo mismo ya que es fácil que alguno se rompa un brazo, sufra contusiones y pase dolorido algunos días pero la recompensa del trabajo bien hecho y el haberse enfrentado a estas bestas es pago suficiente para repetir hazaña año tras año.
La fiesta empieza el viernes con la tradicional misa a San Lorenzo,al que se le pide que no haya ninguna desgracia durnte las fiestas y todo transcurra con normalidad. Después empieza la Baixa, donde los vecinos y visitantes van a la sierra a buscar a los caballos. Estos montes son un espacio natural de unos 200 kilómetros cuadrados donde los caballos viven en libertad todo el año distribuidos en manadas. Ofrecen unos paisajes típicamente gallegos con pequeños riachuelos, bosques de pinos, caballeiras y suaves montañas.
Esta foto es para que se vea la cantidad de fotógrafos aficionados que copábamos las primeras filas del curro y que estábamos esperando por la instantánea idea que para mí como casi siempre no se llegó a concretar. Aún así estoy muy contento con lo vivido ese día.
En la foto de abajo, los aloitadores ofrecen el siguiente caballo que van a rapar a un chico que es aloitador pero que debido a una lesión este año no puede participar en la fiesta. La emoción le gana y no puede contener unas lágrimas que nos emocionan a todos los presentes. La otra foto es de los aloitadores despidiéndose del público.