Se trata de una pequeña pintura realizada en temple sobre tabla datada entre 1405 y 1408, para cuya catalogación se desarrollaron unos laboriosos procesos de documentación y restauración.
Son varios los motivos que convierten a esta pieza en una joya única: para producirla se empleó roble del Báltico, muy apreciado en los talleres de los artistas de la época; se sustituyó el típico dorado del cielo por un azul de lapislázuli puro, pigmento muy costoso; la sombra que proyectan los apliques en forma de hojas de ortiga que decoran la vestimenta del donante, Luis de Orleáns, es un alarde técnico único en un período en el que los artistas apenas representaban el espacio real; la pista definitiva para identificar a los personajes la dio precisamente la planta mencionada, emblema del Luis de Orleáns, tras una compleja documentación, y, además, se trataría de la única obra que se conserva de su autor.
Pero quizás hay un hecho que lo hace, si cabe, más valioso y es que la pinacoteca más importante del país y, en mi opinión, a nivel mundial, lo compró para incrementar nuestro patrimonio cultural, con todo lo que esto significa. Custodiar una obra única, exponente de máxima calidad de la pintura gótica, supone añadir valor y exclusividad a la colección del Museo del Prado, pero también reclamar el interés de visitantes especializados, de investigadores, de universidades y de otros museos a nivel internacional.
Pilar Silva también fue la comisaria de la exposición «El Bosco. La exposición del V centenario», celebrada este año, convertida en la más demandada por el público en la historia del Museo del Prado, alcanzando los 600.000 visitantes. La ocasión lo merecía, ya que afirman los expertos que no se volverá a repetir hasta dentro de un siglo una muestra de estas características sobre el autor. Una vez más, se apostó por diferenciarse del resto, otra vez sobresale la exclusividad.
Invertir en cultura y en conservación y promoción del patrimonio histórico-artístico es beneficiar a la sociedad de incontables formas, también económicas, ya que atrae turismo de calidad que gasta de media más dinero durante sus estancias. Y aún así, somos -sociedad y gobiernos de las distintas administraciones- incapaces de valorar lo que nos singulariza y aporta valor respecto al resto de países: nuestra riqueza cultural.
Al final de la conferencia, un asistente a la misma le preguntó a Silva cuánto había pagado el Prado por la tabla de Colart de Laon, a lo que ella respondió: “Qué importa, si el museo jamás la va a vender”. Es imposible definir mejor lo que significa la exclusividad.