La premisa es reunir a algunas mujeres a mostrar su arte y hacer del evento un homenaje a otra artista femenina. En este caso, Kate Bush, cuya música sonó en los interludios. Si el año pasado la musa fue Cecilia y las cantantes invitadas versionearon temas de la compositora madrileña, en esta ocasión la presencia de Bush fue más anecdótica: Anaïs Mitchell y Sóley venían a defender su repertorio en gira, y eso hicieron. A solas, sin acompañamiento, en dos conciertos íntimos y cercanos.
Anaïs Mitchell es una figura emergente dentro del nuevo folk americano, ha colaborado con Bon Iver o Ani DiFranco y destaca por el ambicioso “Hadestown”, una ópera folk sobre el mito de Orfeo y Eurídice. Ella sola con su acústica se bastó para generar un concierto empático (gracias a un excelente dominio del castellano no paró de hablar, presentar canciones y dialogar con la audiencia), un show de rasgos folk y pulso tradicional. Se metió al público en el bolsillo por su simpatía y su expresividad vocal. Los momentos culminantes fueron la interpretación de “Why We Build the Wall”, sobre la construcción de muros para aislar un país, que aprovechó para mencionar a Donal Trump, y el cierre, un “Gracias a la vida” de Violeta Parra reinterpretado en clave folk.
En la desnudez resultó un concierto cercano, pero se intuye que con banda de acompañamiento su música gana enteros.
Sóley era el segundo plato de la noche. Sóley Stefánsdóttir inició su carrera como parte del gupo islandés Seabear, y publicó su primer epé en solitario, “Theatre Island”, en el prestigioso sello alemán, Morr Music. Su música la ubica en la franja del pop minimalista, experimental y exquisito que practican otros islandeses ilustres como Múm o Sin Fang. Incluso la Bjök más cristalina y menos pista de baile podría ser referencia.
Nuevamente una mujer sola sobre el escenario, ahora con ademanes más excéntricos, simpática, comunicativa (en inglés) e imantada de un halo misterioso. Entró con guitarra acústica plañendo «Smashed birds», hipnosis sotto voce, y mantuvo el resto del show sentada ante el piano de cola y apoyando algunos temas con loops electrónicos y sampleos de su propia voz. Temas como “Pretty Face”, “Kill the clown” o “I’ll drown” combinaron quietud y misterio, impregnaron al oyente de imágenes evocadoras y lograron la inmersión de la audiencia en un mundo especial, de pop y minimalismo frágil. Fabulosa y exigente, el premio a la atención requerida fue penetrar en sus melodías de cristal oscuro y sutil, una experiencia casi sobrenatural. Y excepcional.