Cuando Eduardo Mendoza publicó “La verdad sobre el caso Savolta”, allá por el año 1975, yo estaba entretenido con otras lecturas. Luego fue pasando el tiempo y descubrí su obra en una conversación amistosa e intrascendente. Una persona me citó “La verdad del caso Savolta” como una de las mejores obras que había leído en los últimos años, y le había gustado tanto que ya la había releído varias veces. Eso despertó mi curiosidad y me decidí a descubrir qué era lo que escondía aquel título tan sugestivo. Me animé a comprar el libro. Pero la novela quedó casi olvidada debajo de una pila de libros pendientes. Cuando le llegó el turno me resultó apasionante, absorbente. Me encontré con una trama minuciosamente elaborada y vinculada con la realidad social de una Barcelona de principios del siglo XX, industrial, clasista, y con intensos enfrentamientos sociales. Pero lo que me resultó más original fue el planteamiento paralelo a las noticias de la prensa de la época, con una narración desarrollada en un estilo gramatical sorprendente por su dominio del lenguaje. Después de ese título me aventuré con otros de Mendoza. Los devoré uno detrás de otro, con avidez, hasta leer casi todo lo que llegó a publicar. Así pude disfrutar con “El misterio de la cripta embrujada”, “El laberinto de las aceitunas”, “La ciudad de los prodigios”, y un largo etcétera. Curiosamente, la obra que menos me gustó fue “Sin noticias de Gurb”, que tanto alaba la crítica. Quizá sea porque no le haya conseguido coger el punto. Sea como fuere, desde un punto de vista de simple lector, Eduardo Mendoza me parece un escritor excelente y puedo -y debo- recomendarlo a cualquiera, ya sea un lector experimentado o que todavía esté descubriendo el placer de la lectura, su recomendación nunca ha defraudado. La concesión del Premio Cervantes 2016 constituye un reconocimiento muy acertado. Los lectores deseamos que la responsabilidad de ese premio no le merme la inspiración y que podamos seguir disfrutando de su creatividad.