Las numerosas voces de la Coral Casablanca estuvieron acompañadas por un completo grupo orquestal con el que sumaban más de doscientas personas sobre el escenario, todas ellas bajo la eficiente y enérgica dirección de Óscar Villar, artífice de un prodigioso sonido armónico, capaz de conseguir, con su maestría, que las numerosas voces e instrumentos orquestales sonaran como una sola voz, como un único instrumento perfectamente afinado. Así, las diferentes cuerdas de la masa coral iban entrando y saliendo de la interpretación según lo indicaba la partitura y las indicaciones de Óscar Villar, con gestos enérgicos y vibrantes, poseído por las composiciones de autores clásicos como Vivaldi, Haendel, Bach, Puccini. Sin olvidar un pequeño y emotivo popurrí de conocidos anuncios comerciales que ya forman parte de la memoria colectiva. El concierto fue presentado por el polifacético actor Manuel Manquiña, perfectamente documentado sobre el complejo repertorio que abarcaba el concierto, y que derrochó simpatía haciendo las delicias de los asistentes. El programa se abrió con “Gloria in excelsis”, de Vivaldi, y continuó con varias partes de “El Mesías”, de Haendel; “Jesús bleibet meine Freude”, de Bach; la popular y tantas veces interpretada “White Christmas”, de Irving Berlin; “Va pensiero” —la conocida como los coros de Nabucco— de Verdi; y otras obras no menos importantes del repertorio clásico. El concierto remató con varios bises y el himno gallego, que fue coreado por un público totalmente entregado y en pie. Durante el concierto se sucedieron los interminables y muy merecidos aplausos del público, pero lo verdaderamente destacable no sólo han sido las piezas elegidas para el repertorio, sino el funcionamiento excelente, inmejorable, perfecto e impecable de un conjunto de doscientas personas cuyos instrumentos han entrado y salido de la escena del concierto en el momento adecuado, totalmente sincronizados y con una perfecta afinación, bajo la magistral dirección de Óscar Villar. La Coral Casablanca, en su conjunto, con Óscar Villar al frente, ha funcionado, una vez más, como una máquina perfecta, sublime, capaz de estremecer a quienes están dotados de un mínimo de sensibilidad; una máquina perfecta capaz de robar, siquiera, alguna lágrima furtiva a quienes, por compostura, se esforzaron por contener la emoción durante un concierto que resultó inolvidable, con un teatro García Barbón con el aforo completo, vibrando al unísono.