Lambchop entraron en el escenario con puntualidad, su líder Kurt Wagner se presentó tocado de su ya icónica gorra de beisbol calada hasta las gafas, se ubico en el centro del cuarteto y los de Nashville desgranaron dos horas de música exquisita, nacida al abrigo del country de cámara pero a estas alturas inclasificable y absolutamente personal, tras una docena de discos y más de veinte años de trayectoria impoluta (no hay malos trabajos en su haber; sí, claro, alguno destacadísimo dentro de esa carrera y otros de transición).
Venían presentando FOTUS, su último trabajo y el primero en el que abren su registro clásico a influencias electrónicas. Su cascada de melodías delicadas y arreglos sutiles no se ha visto perjudicada por la invasión del vocoder o el glitch, muy al contrario: temas como “NIV” o esa sinfonía de 18 minutos que cierra el disco, “The hustle” están a la altura de logros pretéritos. Ayer sonaron en el Auditorio Mar de Vigo haciendo honor a su ultima piel electro, potenciando atmósferas misteriosas y crepusculares, casi siempre con la sedosa voz de Wagner filtrada, convertida prácticamente en un “instrumento” más. Eso sí, interpretando siempre desde la intensidad más sincera y seductora.
Hubo feedback (muy puntual) con el público, demostraron sentido del humor, hicieron algún guiño a la nueva era Trump (inevitable y cargado de ironía), y brindaron una ejecución perfecta: son una voz única y superlativa y unos músicos excelentes. Con sobriedad escénica, potenciando una música narrativa y exigente, Lamchop fluyeron a través de un esqueleto de influencias frondosas y música otoñal.
Otra cuestión ajena a la actuación en sí ha sido el pinchazo de asistencia. ¿Porqué una banda que es reconocida como fundamental en la música actual no llena el auditorio en su única cita gallega? Este tipo de cuestión se queda, si la respondemos, en mera especulación, pero sí hay que señalar que la publicidad del evento ha brillado por su ausencia. Si se confía en el empaque de una banda como los autores de “How I Quit Smoking” (1996) o “Nixon” (2000) hay que saber moverlo con convicción. Y el boca a boca no es la vía. Hay que empapelar de carteles el centro urbano y llevar carteles por otras ciudades gallegas. Y hay que mover notas de prensa y hacer que el concierto salga en todos los medios locales, cosa que no ha sucedido. Además el Mar de Vigo podría replantear sus sólidos e inanes muros para habilitar en alguno de sus paños carteles de sus eventos, al menos de figuras del calibre de Lambchop (clamorosa la ausencia total de anuncios de este concierto en el edificio).
El concierto de Wagner y compañía ha tenido algo de termómetro. Puede verse como una nueva vía, de prestigio musical, para un Mar de Vivo cuya programación es cuanto menos cuestionable y objetivamente anárquica (capaz de pasar de Bisbal a Wilco en un parpadeo, de Cantajuegos a Bunbury y de unos imitadores de Queen a estos inimitables Lambchop). Y si el Auditorio es un puntal cultural del Ayuntamiento, y por tanto cabe entenderlo como un servicio público, quizá el camino pasa antes por Lambchop y por pelear para hacer llegar propuestas culturales de este calibre, antes que por el camino recto del llenazo fácil (jugosamente publicitable) a expensas del rigor melómano. Porque además pueden convivir ambas estrategias. ¿No se podría planificar además de las contrataciones más populares y mediáticas, un ciclo anual “alternativo” en el Auditorio Mar de Vigo? Hacer MARCA. Atraer a Vigo, en fin, a una serie de nombres de la calidad de la banda de Nashville espaciados a lo largo de doce meses, un “festival anual” (o no, o concentrado) donde además podrían tener cabida otras citas modestas de músicos locales y regionales. Lambchop pueden suponer en este sentido un posible primer paso de prestigio real. Las próximas citas musicales del Auditorio, darán pistas de si las cosas siguen funcionando como quien tira redes a ver qué pasa, o si hay concepto (“el conceto”, sí, es lo que hace falta en este caso).