Y para ello nada mejor que utilizar el único arma que no pueden aplastar ni órdenes ni gritos malencarados y ni siquiera tricornios o pistolas. Decidieron que nada mejor que disfrutar ese día, a la hora de la merienda, con las historias de héroes y villanos, de princesas y de brujas, de demonios y países mágicos con las que todos hemos disfrutado en ese momento difuso que está entre nuestra infancia y nuestra adolescencia.
Y es que el libro La reina demonio del Río Isis de Gabriel es exactamente eso. Es la película de Errol Flynn después de los dibujos, es el tebeo del Jabato manoseado de Nocilla y es la novela de tapas de cartón y páginas amarillentas con las que aprendimos a valorar las historias bien contadas. Por una tarde convirtieron la librería en el salón de la casa de nuestros padres, lleno de recuerdos que nos gustaría conservar siempre; en nuestro dormitorio, donde leíamos bajo las sábanas, fugitivos perseguidos por las normas de detrás de la puerta entreabierta.
Las risas, los abrazos y, sobre todo, las conversaciones. Charlar de libros, de historias que nos reverberan en el fondo de la memoria, de conceptos que aprendimos en el papel y luego hemos llevado a nuestras vidas con el orgullo de saber que hacemos lo correcto. De certezas que son preguntas y que nos gusta plantearnos porque sabemos que no tienen más respuesta que la sonrisa.
No podía haber lugar mejor ni mejor ocasión para encontrarse con los amigos, los nuevos y los viejos, con los que se comparte no sólo la amistad del autor, sino la pasión por los libros. Esos libros que narran leyendas, desde la Odisea hasta Walter Scott, desde Salgari hasta Prachett, Gabriel bebe de todos ellos. Toma lo que le interesa, con el respeto y la inquietud del que se lleva a casa el volumen prestado por su maestro. Y Gabriel hace lo que pocos autores saben hacer. Con la paciencia del cirujano, los abre, los analiza, se queda con lo que más le gusta y los vuelve a cerrar para unirlos después con otras lecturas y otros maestros. El resultado es una obra original, alegre, personal, bien fundamentada (eso que tanto se echa de menos en autores noveles y no tan noveles), con una poderosa estructura que se va levantando delante de nuestros ojos con la habilidad de un mago, valiéndose de fantasía y realidad sin permitir que el lector distinga entre ellos.
Con rigurosidad Gabriel Romero maneja el mundo de la fantasía y de las aventuras. Sus personajes se van creciendo a medida que avanza la novela, mientras el autor va añadiendo capas, hondura y, sobre todo, diversión. Porque el libro de Gabriel es básicamente eso: un libro entretenido. Con las virtudes y defectos de los libros de entretenimiento, como lo fueron en su día la obra de Conan Doyle o la de Rice Burroughs. Habrá quien no busque la ligereza narrativa, la agilidad del argumento o la aparente sencillez que sugiere sin mostrar abiertamente. Pero es imposible no buscar aquello que nos enamoró en nuestra infancia, porque, admitámoslo o no, es lo que seguimos buscando el resto de nuestros días. Y Gabriel Romero lo tiene guardado en sus libros. Con cariño lo ha ido reservando hasta el momento adecuado. Y ese momento ha llegado. Se llama La reina demonio del Río Isis.