Tan popular como el pajarito que se llenaba de agua y al soplar por su cola emitía prodigiosos trinos. El muñeco fumaba, es cierto. Y bastaba con insertarle un pequeño cigarro en el agujero de su boca y prenderle fuego. Luego, el muñeco expulsaba el humo con cierta cadencia mientras el cigarro se iba consumiendo lentamente; daba la impresión de que realmente fumaba. En cierto modo era un juguete que emulaba el vicio de los mayores: el tabaquismo, cuando era una costumbre social totalmente admitida. El muñeco se vendía en las ferias, en las fiestas, y durante muchos años incluso continuó vendiéndose en algunos establecimientos de artículos curiosos y de broma, como el conocido establecimiento “Pepe caralladas”, ya desaparecido y que estaba ubicado en la calle Raíña, en el Santiago de Compostela de las décadas de los años setenta y ochenta del pasado siglo.