«La librería» es un cuento acerca de la sociedad de la incomprensión, acerca del poder de los chismorreos en un pueblo pequeño, y acerca del inmovilismo de las clases sociales, que defienden su equilibrio —todas ellas— con uñas y dientes. Nada es casual en esta historia. Cada frase, cada impostación y, principalmente, cada silencio obedecen a siglos de costumbres sociales marcadas e inamovibles, grabadas en piedra por los anhelos y las desilusiones de la gente. Fiestas de la alta sociedad, amiguismo, influencias y pago de favores en un lado; educación precaria, economía al día, matrimonios concertados y deseos frustrados en el otro. Aquí no hay grises: sólo blancos y negros, sólo bandos de una guerra muy antigua. Y, como ocurre con los cuentos clásicos, tiene mucho de verdad y algo de reduccionismo.
«En 1959, Florence Green pasaba de vez en cuando alguna noche en la que no estaba segura de si había dormido o no. Se debía a la preocupación que tenía sobre si comprar Old House, una pequeña propiedad con su propio cobertizo en primera línea de playa, para abrir la única librería de Hardborough». Así comienza una deliciosa novela de menos de 200 páginas que nos habla de esfuerzos y sueños plagados de libros, convertidos éstos en elementos que destruyen las diferencias sociales. O al menos lo intentan. Y tan protagonistas son los paisanos de esa pequeña localidad de la costa inglesa como sus pantanos, sus cielos siempre grises y la humedad que se cala en los huesos y les transmite un frío imposible de quitar, también a los huesos del lector.
Florence Green vive en Hardborough y, ocho años después de haber perdido a su marido, decide convertirse en empresaria, adquirir un caserón abandonado casi durante ese mismo tiempo y transformarlo de arriba abajo para que albergue una librería. En realidad, lo que Florence no cuenta es que esa vocación la retrotrae a una época más sencilla, más romántica, veinticinco años atrás, cuando trabajaba de ayudante en la librería Müller´s y allí conoció a su adorado esposo, Charlie Green, el encargado de la poesía. Ahora Müller´s ha cerrado, Florence se ha hecho con casi todos sus fondos y se le ocurre que tal vez sea hora de trasladar el mismo sueño literario a un lugar diferente. Sin embargo, las cosas no van a ser tan fáciles como ella creía, y este empeño la obligará a enfrentarse al paternalista señor Keble —director del banco de Hardborough, y por tanto responsable del préstamo del que depende su negocio—, el inútil señor Thornton —su abogado, o eso piensa ella— y, más que a cualquier otra persona, a la señora Gamart —rica terrateniente local, empeñada en hacer de Old House un centro de arte que pueda manejar a su antojo—.
A su favor en esta guerra sin armas se encuentran el señor Raven —el hombre de los pantanos, y jefe del grupo local de niños exploradores—, el señor Brundish —un anciano millonario que vive aislado física y emocionalmente, enclaustrado en su mansión para no mantener contacto alguno con un mundo que desprecia—, el señor Wilkins —el fontanero y chapuzas en general—, el señor North —un intelectual que trabaja en la BBC, en Londres, nadie sabe haciendo qué—, Christine Gipping —una adorable niña de diez años que ayuda a Florence en el negocio, atendiendo al público, colocando libros y postales, y aportando algo de cordura infantil—, y un travieso poltergeist que habita en Old House, haciendo trastadas continuamente.
La librería de Hardborough es el símbolo de la subversión por medio de la cultura, de la ruptura con un modelo anacrónico de sociedad que proviene de la Edad Media. Florence Green es la adalid de esa lucha por la igualdad, y su sueño es el más antiguo del mundo. «El propio pueblo era una isla entre el mar y el río, que murmuraba y se plegaba sobre sí mismo en cuanto sentía que llegaban los fríos otoñales». Y como tal isla representa el mundo entero, es un planeta en pequeño donde las virtudes y los vicios se magnifican.
Penelope Fitzgerald fue una autora tardía. Su debut literario se produjo a los 58 años, comenzando con biografías de personajes famosos, que después abandonó para centrarse en la novela histórica. Al igual que Florence, ella también había enviudado cuando escribió esta obra, y también había sido ayudante en una librería del este de Inglaterra. Con esta novela fue finalista del premio Booker en 1978, uno de los galardones más importantes en lengua inglesa, que obtendría al año siguiente con «A la deriva». Fitzgerald falleció en el 2000 después de una larga carrera literaria, traducida a diversos idiomas.
El primer capítulo de «La librería» dice que «a menudo se consideraba que lo único que se podía exigir en el frío y claro aire del este de Inglaterra era llegar a sobrevivir». Y Florence Green sobrevivirá a esta guerra, claro está, aunque nadie pueda prever a cambio de qué.
Porque el final de esta novela es imprevisible, una joya difícil de olvidar. Tanto, que haría sentirse orgullosa a la mismísima Jane Austen.