Hoy existen otras alternativas de mayor popularidad, pero en los años sesenta del pasado siglo XX, cuando abrió sus puertas, se hizo rápidamente con una clientela fiel que estuvo alabando sus productos durante años, principalmente las empanadillas de bacalao. En cierta ocasión, en aquellos años sesenta, una persona de muy buena educación, fallecida hace muchos años y a quien los reveses de la vida lo llevaron a vivir de lo que iba surgiendo, compró en “Rufino”, como era su costumbre, una empanadilla de bacalao. Se fue para su casa, en las inmediaciones de la Colegiata, se la de comió tranquilamente, y luego, Augusto, que así se llamaba, volvió al establecimiento para reclamar que le había aparecido una espina en la empanadilla y que tenían que darle otra. Pero “Rufino” tiene sus puertas cerradas definitivamente y esta y otras muchas anécdotas sólo formarán parte del recuerdo popular.