Porque las hordas de ciudadanos desfilando hacia el refulgente árbol multicolor de más de treinta metros en Porta do Sol parecen avalar cada euro de los seiscientos mil invertidos en la Ciudad de las Estrellas de Caballero. Las gafas de sol son casi imprescindibles para recorrer Príncipe de punta a punta y apreciar su dorado esplendor. La gente se amontona y arremolina como polillas en torno a tan hermoso destello. Los ojos llorosos brillan y en el ánimo se enciende la chispa de la vida, pero no la de Coca-Cola -ya quisiera-, sino la de un alcalde que ya es historia de la ciudad y cuyo recuerdo perdurará para siempre en el corazón de las viguesas y vigueses, a golpe de led.
Caballero es el héroe olímpico de la Navidad. Citius, altius, fortius. Más rápido, más alto, más fuerte. Más rápido que nunca, ya en verano el regidor anunciaba que se adelantaba a Nueva York en la contratación del deslumbrante alumbrado y decoración navideña. Más alto, cada vez más arriba llega el árbol de luz del centro de la ciudad, que Caballero parece querer convertir en símbolo de la fuerza de su gobierno y su idea de ciudad, así como de un ímpetu personal desbordante e imparable que, para bien o para mal, no deja impasible a nadie. Chispeante o chirriante. Como lo son siempre estas fechas en las que, contagiados del espíritu del frágil amor fraternal y la solidaridad pasajera, el dinero se acaba antes que los amigos. «Paparruchas».