Sin embargo, ¿por qué fue tan crucial este hecho? ¿Por qué se utiliza el Descubrimiento de América para marcar el final de la Edad Media?
Los siglos XV y XVI fueron una época importantísima en la historia de la humanidad. Empezaban a conformarse los grandes imperios que dominarían el mundo en adelante, y la dinámica de reinos feudales que imperó en la Edad Media estaba desapareciendo en favor de temidos emperadores con poder sobre territorios muy amplios, como no se habían visto desde varios siglos atrás. En España, la Casa de Trastámara y luego la de Austria; en Francia, la Casa de Valois y luego la de Borbón; en Inglaterra, la Casa de Tudor y luego la de Estuardo; En Portugal, la Casa de Avis, absorbida después por Felipe II. Monarcas poderosos que hicieron a sus naciones las más importantes del mundo, con influencia sobre la religión, las fronteras y el destino de la gente común. Familias reales que acaparaban riquezas sin número y condenaban a sus súbditos a la pobreza, la hambruna, la incultura y la enfermedad, sin la más mínima esperanza de progreso. Si la estructura social de la Europa medieval resultaba inamovible, con señores feudales y representantes eclesiásticos abusando de sus privilegios, parecida será la de la Edad Moderna, cuando los emperadores tracen rutas de comercio en los mapas que les garanticen oro, joyas, seda, especias, cerámica y esclavos. Muchos, muchos esclavos. Que un imperio no es nada fácil de mantener, y la Europa moderna necesitó de muchos brazos de color para que la sustentara.
Tan pronto como estos imperios fueron conscientes de su capacidad, llegaron las guerras, primeros dinásticas, luego religiosas.
La religión cristiana había sido la creencia oficial del Imperio romano desde el año 380 d. C., cuando el emperador Teodosio proclamó el edicto de Tesalónica, que prohibía la adoración de los antiguos dioses. Esto hizo que el cristianismo, mayoritario en casi todas las regiones del Imperio, adquiriera un poder político fundamental, lo que llevó a terribles episodios de violencia entre los distintos césares y obispos cristianos. Al mismo tiempo, en el seno de la cristiandad aparecieron diversos cismas que provocaron nuevos derramamientos de sangre. En el siglo IV d. C., el arrianismo sostenía que Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios (parece un matiz pequeño, pero no lo es), y por tanto no creía en el misterio de la Santísima Trinidad, lo que hizo que fuera considerado como herejía en el Concilio de Constantinopla. En 1517, el fraile Martín Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, que condenaban la práctica (muy habitual en aquellos días) de la venta de indulgencias papales (con la que se estaban sufragando las obras de la Basílica de San Pedro). Luego llegarían Juan Calvino, la matanza de San Bartolomé y otros horrores semejantes, que mezclaban política con religión y siempre, siempre terminaban con muertes.
Por otro lado, estaba el islam, que había nacido en Arabia durante el siglo VII d. C., cuando Mahoma predicaba en contra del politeísmo y aunaba bajo su credo a todas las tribus locales. En este caso también se mezclaron política y religión, pues la nueva doctrina se extendió por ambas vías: el fervor y las armas. Y también supuso muertes violentas, cismas y guerras civiles, empezando por el mismísimo Uzmán ibn Affán, yerno de Mahoma, que fue asesinado por sus enemigos.
Pero todo cambió en 1453 con la caída de Constantinopla. El Imperio otomano, conformado por población turca de creencias islámicas, arrebató la ciudad de Constantinopla a los bizantinos, terminando para siempre con el Imperio romano de Oriente. En adelante los otomanos instalarían su capital en la ciudad capturada, dando lugar a uno de los imperios más grandes y más influyentes del mundo. Tropas otomanas llegaron a sitiar Viena, a ocupar Asia y África, a surcar el Mediterráneo (directamente o por medio de corsarios a los que apoyaban) y a asaltar villas de lugares tan lejanos como Galicia o Inglaterra (con lo que costeaban las obras de fastuosos palacios como la Mezquita Azul). Y eso además alteró el equilibrio de poder en el mundo, porque el dominio otomano de Constantinopla cortó las vías de comercio de las naciones cristianas con Oriente, la llamada ruta de la seda. En adelante, los comerciantes cristianos no podrían hacerse con los productos que venían de Asia sin antes negociar con los turcos, que tampoco estaban muy por la labor.
Así pues, por un lado tenemos poderosas naciones europeas que requieren de una llegada constante de productos de lujo, y enfrente un bloque otomano que ha cortado el suministro por completo.
¿Qué hacer? ¿Cómo llegar a Asia sin pasar por territorio otomano?
Portugal logró establecer una ruta nueva contorneando el continente africano, gracias al viaje de Vasco de Gama, de 1497 a 1499. La flota portuguesa llevaba años explorando la costa de África, que luego reclamaría como colonia propia, y en la cual cometería toda clase de atrocidades, liderando el comercio de esclavos durante largo tiempo.
Pero Castilla no iba a tardar mucho en encontrar su propia solución: Cristóbal Colón, un marino que aseguraba que podía llegar hasta las Indias navegando por el Océano en dirección oeste, rodeando todo el planeta (que por entonces ya sabían que era curvo y no plano), y atracando en Asia para abastecerse de especias. Este revolucionario plan fue rechazado de plano por el rey portugués, por considerar que era imposible navegar a tanta distancia como se suponía que estaban las Indias por esa ruta, pero fue aceptado por los Reyes Católicos. El marino, habiendo leído «Los viajes de Marco Polo», soñó con unas Indias fantásticas donde podría hacerse rico, ganar el favor de la Corona y obtener títulos nobiliarios. Negoció duramente con los monarcas, que no estaban dispuestos a acceder a las tremendas exigencias que les imponía, y finalmente partió hacia lo que él pensaba que eran las Indias, junto a tres hermanos que habrían de ser fundamentales en la historia: Vicente Yáñez, Francisco Martín Pinzón y Martín Alonso Pinzón, arrendatarios de las naves. El viaje comenzó el 3 de agosto de 1492 en el puerto de Palos de la Frontera, Huelva. La flota estaba conformada por las carabelas Pinta y Niña y por la nao Santa María, con unos noventa hombres a bordo. El viaje fue horrible, con varios intentos de motín que aplacó con dureza Martín Alonso Pinzón, capitán de La Pinta, pero finalmente alcanzaron América el 12 de octubre de 1492. Colón moriría sin saber que había descubierto un nuevo mundo, pensaba todavía que había encontrado una ruta más corta y accesible para llegar a las Indias.
A su regreso, una tormenta separó las naves, y fue La Pinta la primera en alcanzar España, el 1 de marzo de 1493, en el puerto de Baiona. Desde allí, Martín Alonso Pinzón envió nuevas a los Reyes Católicos de lo que habían encontrado, y pronto Colón sería recibido por ellos en Barcelona para hacer efectivo el descubrimiento. Era el comienzo de las rutas habituales entre Europa y América, era el nacimiento de un imperio donde no habría de ponerse el sol, y de un tiempo nuevo que vería maravillas, atrocidades y grandes aventuras. Era la Edad Moderna, que comenzó con el Descubrimiento de América.
Y hoy, precisamente hoy, celebramos la llegada de las primeras noticias de este hecho que cambiaría la historia, en Baiona, hace 525 años.