Pero los perros no son modas, ni caprichos de septiembre que luego se puedan abandonar en verano porque molestan. Los perros son animales inteligentísimos, dotados de una sensibilidad enorme que les permite entender las emociones de quienes les rodean: la alegría, la tristeza, la soledad, el miedo o la violencia. Y ellos responden a todo eso con su desbordante ilusión por ser queridos y su infinita capacidad de amar. Los perros no mienten, no fingen, no envidian, no les llevan la contraria a sus emociones ni tienen miedo a ser felices: por eso superan con mucho a los humanos.
Una vez conocí a una psicóloga que pasaba consulta junto a su labrador, y contaba que el perro entendía las emociones de los pacientes mucho mejor que ella misma. Cuando sentía que una persona estaba triste, ese precioso perrito iba hasta ella y le apoyaba el morro en el regazo, y luego se dejaba acariciar. Siempre he pensado que una terapia así es mil veces mejor que cualquier pastilla.
Hoy es el Día del Perro sin Raza, evento que pretende reivindicar a esos seres de cuatro patas sin rancio abolengo, los que esperan en las protectoras a ser adoptados, los que desean una familia para quererla durante toda la vida.
Hace unos meses adopté a una perrita en la protectora. No tiene pedigrí ni lo pretende. Llevaba meses perdida por el monte, comiendo de lo que encontraba. Tenía el pelo sucio, mojado y hecho nudos. Estaba en los huesos. Pero miraba el mundo con unos ojos enormes, llenos de una fuerza intensa que la había hecho pelear contra todo. Y me miraba a mí en concreto con cara de «¿Vienes a por mí? ¿Sí? ¿De verdad????». La muy canalla me hizo chantaje emocional y se vino a casa, para no marcharse nunca más. Es el ser más dulce, más cariñoso y juguetón que pueda haber en todo el planeta, aunque ahora se le ha ocurrido querer salir a pasear a las seis de la mañana y a las doce de la noche (creo que es porque, a esa hora, es la reina del barrio, y no tiene que compartir la calle con ningún otro animal, tenga el número de patas que tenga).
Persigue a las palomas, se deja acariciar por los niños y olisquea el culo a otros animales. Y la gente dirá que qué tiene eso de especial, que es lo normal en un perro. Pero claro, eso es que no han visto con qué gracia lo hace, la condenada, que da gusto verla. De verdad es la reina de la calle, que tiene enamorado a medio barrio.
Con lo pelirroja que es, no tuve más remedio que ponerle de nombre «Lana» (los fans de «Superman» que lean esto me entenderán).
Y claro que no tiene pedigrí, pero es que yo tampoco lo tengo. Toda la familia de mi padre nació en La Mancha, mientras que en la de mi madre hay de todo: ella es de Madrid pero la familia de su padre viene de Bilbao, y en cambio mi abuela era de Ceuta.
Y si eso a Lana no le importa, que nunca me lo preguntó cuando hicimos los papeles de adopción, yo tampoco me considero quién para preguntarle quiénes fueron sus padres. Ella me quiere como soy, y eso es maravilloso.