«Navegábamos de Venecia a Nápoles cuando apareció la flota turca. Nosotros éramos sólo tres barcos, pero la fila de galeras que asomó en medio de la niebla parecía no tener fin. Nos pusimos nerviosos; en nuestra nave reinaron inmediatamente el miedo y la confusión y nuestros remeros —en su mayoría turcos y moros— gritaron de alegría».
Así comienza «El astrólogo y el sultán», una novela acerca de cómo la ciencia avanza en los momentos significativos de la Historia, de cómo los prejuicios suelen ser infundados —pero tampoco tienen por qué— y de lo que significa encontrar a tu gemelo en el otro extremo del mundo.
El narrador es un estudioso veneciano cuyo barco resulta capturado por piratas turcos, lo que implica que él y todos sus compañeros de viaje acaben vendidos como esclavos en Istanbul, la capital del Imperio otomano. Como también harían años después Tim Severin en su saga de Hector Lynch o Bartolomé Bennassar en «El galeote de Argel», Pamuk nos ofrece una visión extensa de las condiciones de vida de los esclavos cristianos en la época otomana, sus negociaciones para obtener privilegios, la protección de determinados nobles, el valor de conservar la fe o abjurar de ella, y la importancia del poder —y a veces también la suerte— para recuperar la libertad. El protagonista logra un estatus algo más ventajoso dentro de las prisiones turcas gracias a su labor como médico de otros presos y de sus guardias primero, y de nobles influyentes después, momento en que conoce al hombre que cambiará su vida: «El Maestro», un sabio de personalidad compleja con el que establecerá una relación de amor y odio, de esclavitud y de confraternización, e incluso a veces de respeto mutuo.
Estamos en plena Edad Moderna, en los tiempos de los todopoderosos sultanes, los jenízaros, los corsarios berberiscos y las conjuras de palacio. Y los tiempos también de los sabios que intentaban salir del oscurantismo y llegar a una nueva era de conocimiento.
Hay una escena muy significativa sobre este hecho: el Maestro «dijo al sultán que tenía conocimientos de astronomía, pero que no era astrólogo. (…) El impaciente soberano insistió: ¿el Maestro no sabía nada? ¿Acaso observaba inútilmente los astros?».
Pero esas cosas no son siempre fáciles de explicar, y el sultán sólo está interesado en la aplicación de ese conocimiento astronómico: o servirá para adivinar el futuro o —más adelante en la novela— para construir un arma. Pero alguna aplicación tendrá, ¿no? Si no es así, ¡qué ciencia más absurda!
Pamuk ha sido siempre un autor comprometido con la defensa de los derechos humanos en su país, y eso le ha traído consigo juicios, exilios y el odio de su propia gente. Durante años ha criticado duramente el trato recibido por el pueblo kurdo y el armenio por parte de los distintos Gobiernos turcos a lo largo de la Historia, y eso ha despertado el rechazo frontal de ciertos grupos fundamentalistas, que han llegado a amenazarle de muerte.
Ha recibido los premios más reputados, entre ellos el Premio Nobel de Literatura en el año 2006, y el Independent Foreign Fiction Prize en 1990 por «El astrólogo y el sultán». Su sueño es la mejora de las relaciones culturales entre Oriente y Occidente, como muestra en sus obras.
Hay una historia maravillosa acerca de Orhan Pamuk que no puedo evitar contar, aunque no tenga que ver con esta novela. En 2008, Pamuk escribió una novela titulada «El museo de la inocencia», que trata sobre la relación esporádica que mantiene una pareja turca entre los años 70 y los 2000, él proveniente de una familia rica y ella de clase media, y cada uno prometido con otra persona. A lo largo de tantos años, Kemal y Füsun representan la evolución de la sociedad turca y la manera en que ésta se prepara para el nuevo siglo. Después de cada encuentro, Kemal se lleva un objeto —en principio anodino— que le recuerda a ella, y con esos objetos va construyendo un mundo propio que comparten, y que tienen un significado que no entiende nadie más. En el año 2012, Orhan Pamuk inauguró en Estambul el Museo de la Memoria, un lugar donde exponer todos esos objetos que Kemal se llevaba de sus encuentros con Füsun, y con ellos escenifica cómo ha cambiado Turquía en todo ese tiempo. Pero además esa cotidianidad de un salero, un cenicero o muchos, muchos cigarrillos encierra una magia hermosísima: la del amor de dos personas durante 30 años y el significado especial que ellos le daban a todo eso.
Porque a veces un salero puede ser infinitamente más hermoso y más profundo que un ramo de flores.