Tradicionalmente su origen se establece en la ciudad de Génova, capital de Liguria, en el noroeste de Italia, aunque probablemente ya los griegos y etruscos preparaban este tipo de panes. El exterior es crujiente, el interior tierno y delicado… El romero que yo le puse, podéis sustituirlo por otras hierbas aromáticas, e incluso ponerle otros ingredientes como aceitunas verdes o negras, tomates cherry, queso…
Ingredientes:
Para la masa:
470 g de harina.
230 g de agua.
12 g de sal.
5 g de levadura de panadería liofilizada.
115 g de leche.
16 g de azúcar.
45 g de aceite de oliva.
Para poner por encima:
romero fresco {o seco si no tenéis, como me ha pasado a mí}.
sal en escamas.
40 g de aceite de oliva.
Preparación:
En un bol mezclar la levadura liofilizada y el azúcar. Mezclar. Añadir la leche y el agua ligeramente templadas. Incorporar la harina y mezclar hasta obtener una masa lisa y sin grumos.
Incorporar la sal y el aceite. Volver a amasar.
Poner la masa con cuidado en un bol engrasado con aceite. Es una masa bastante hidratada, pero no debéis incorporarle más harina, porque luego al hornear quedará menos esponjosa la focaccia. Cubrir el bol con papel film y dejar reposar en un lugar cálido durante unas 2 horas, o hasta que haya doblado su volumen.
Untar una bandeja de horno o molde rectangular con aceite (de unos 35×28 cm) y poner en ella la masa, extendiéndola suavemente con los dedos. Dejar reposar de nuevo, durante aproximadamente 1 hora.
Precalentar el horno a 180ºC, calor arriba y abajo.
Formamos unos hoyuelos en la masa, con ayuda de los dedos engrasados. Vertemos por encima el aceite, el romero y unas escamas de sal.
Horneamos a 180ºC durante 35-40 minutos, hasta que esté doradita la focaccia.