Idolatrado por autores como Honoré de Balzac, Washington Irving o Henry David Thoreau, su trabajo perpetuó la imagen de los indios nobles llevados a la extinción por los ejércitos extranjeros, de los valientes colonos que buscaban una vida mejor y de los cazadores de frontera que eran amigos de todos, pues los unían sentimientos tan elevados como el honor, la generosidad, el amor y la esperanza, y así fue como construyeron un país nuevo. Esto, como es lógico, no ocurrió de ese modo, y ya en vida Cooper recibió duras críticas por parte de historiadores de nacionalidades distintas. Hoy su obra debe ser vista como parte de la literatura de aventuras, y no como un tratado histórico. De hecho, las frecuentes adaptaciones cinematográficas que han visto la luz a lo largo de las décadas han modificado sin sonrojo eventos fundamentales que aparecen en sus novelas (unos personajes sobreviven mientras otros mueren, y las relaciones de pareja también cambian con facilidad). Sin embargo, su mensaje ha permanecido imborrable.
Cooper muestra en «El último mohicano» una América primitiva, salvaje y terrible, donde las alianzas cambian con la rapidez con la que cae un hacha de piedra. Británicos y franceses se enfrentan a muerte en unas tierras que hasta entonces pertenecían solo a los indígenas americanos, y estos ven cómo los rifles de los extranjeros los obligan a escoger bando, en una guerra que no es suya. Los mohicanos son el paradigma de la tribu arrasada por la colonización, hasta el punto que al comienzo de la novela solo quedan vivos dos de ellos: Chingachgook y su hijo Uncas. Este último es realmente el último mohicano de sangre pura, por lo que ambos son conscientes de que, cuando fallezca, no quedará nadie más de su pueblo y sólo les restará el olvido. De la misma manera, el conflicto entre británicos y franceses estaba condenado al fracaso, pues unos pocos años después llegaría la independencia de los Estados Unidos, y ni una nación ni la otra lograrían finalmente dominar aquel territorio. Cooper, que publicó la novela en 1826, ya sabía todo eso, por lo que la narración entera transmite el sabor amargo de que ninguna de esas batallas, esa crueldad y esas muertes tuvieron a la postre ningún sentido.
«El último mohicano» está basado en un hecho real. En 1757 el teniente coronel George Monro comandaba las defensas de Fort William Henry, un enclave británico de gran valor estratégico junto al lago George, en lo que hoy es el estado de Nueva York. Un numeroso ejército de origen francés asedió el fuerte, bajo el mando de Louis-Joseph de Montcalm-Gozon, marqués de Saint-Veran (quien pasaría a la Historia como «marqués de Montcalm» o «Montcalm» a secas). Este grupo de ataque estaba reforzado por nativos iroqueses y hurones, que llevaban tiempo colaborando con el Ejército francés. Rodeado e incapaz de que su gente subsistiera, Monro pidió ayuda al general Daniel Webb, que era el comandante del vecino Fort Edward y disponía de soldados más que suficientes para auxiliar a su compatriota. Sin embargo, Webb tenía órdenes de impedir el avance francés hacia Albany, por lo que denegó la petición de Monro y recomendó a este que negociara una rendición honrosa. Sin otro remedio para lograr que las personas a su cargo sobrevivieran, fue lo que hizo. Montcalm aceptó la entrega y permitió que los británicos marchasen en paz hasta Fort Edward, donde podrían refugiarse.
Sin embargo, iroqueses y hurones no estaban de acuerdo con esa rendición y atacaron cruelmente a la comitiva de soldados en retirada. Se calcula que varios cientos de británicos murieron por la acción traicionera de estos pueblos, que buscaban saldar cuentas pendientes. El hecho se convirtió en legendario años después, cuando James Fenimore Cooper lo utilizó como base para su novela.
En «El último mohicano», Cora y Alicia, las dos jóvenes y hermosas hijas del teniente coronel Monro, atraviesan América en busca de su padre, protegidas por el oficial Duncan Feyward, que está enamorado de Alicia. Para guiarse contratan a un nativo, Magua, jefe de la tribu de los hurones, que en realidad busca su perdición. Las dos muchachas y su protector sufren la violencia de los indios y sólo consiguen salvar la vida gracias a los dos últimos mohicanos, Chingachgook y Uncas, y a su aliado Nathaniel Bumppo, conocido entre los distintos pueblos como Ojo de Halcón y como Carabina Larga. Estos tres personajes de la frontera toman bajo su protección a los viajeros, y después a los británicos de Fort William Henry, en su retirada hacia Fort Edward. La terrible matanza de soldados provocada por Magua y su tribu de hurones, junto a los iroqueses, conformará el grueso central de la novela, con el destino del teniente coronel Monro y sus dos hijas siempre en vilo.
James Fenimore Cooper era un novelista especialmente dotado para la emoción, la aventura y el romance, ya que él mismo había conocido de primera mano aquellos rincones y había experimentado esa forma de vida. Cuenta la leyenda que se le ocurrió la idea para la novela cuando visitó en persona el lago George y las famosas Glens Falls, que albergan enormes cuevas tras la cortina de agua de las cataratas. Entonces Cooper supo con toda certeza que tenía que contar una historia sobre ese lugar.
Algunos historiadores afirman que la matanza de los soldados rendidos de Fort William Henry no fue tan cruenta como contaron los británicos y que estos la utilizaron como arma propagandística contra la población local. De un modo u otro, la historia real se ha convertido en leyenda, gracias sobre todo al trabajo de un escritor de aventuras clásicas, que buscaba transmitirnos la entrega, la ilusión y el arrojo de unos personajes excepcionales. Y por eso «El último mohicano» no desaparecerá jamás, ni tampoco su valioso mensaje acerca del sinsentido de las guerras, de todas las guerras, en cualquier época de la Historia.