Hoy estos escasos cuatro meses de gobierno podemos resumirlos en: electoralmente de lo dicho nada de nada, dos ministros cesados prematuramente y una más a punto de ser «dimitida», rectificaciones en las acciones de gobierno en abundancia, algunos tics autoritarios que no auguran nada bueno, situarse a favor de los golpistas catalanes, fiscalmente decidido a reventar los bolsillos de la clase media y un mayúsculo escándalo que pende sobre el doctorado del presidente.
Todo esto apunta a catalogar al presidente Sánchez como un político aventurero, sin escrúpulos, que hará lo que sea para no dejar su poltrona, y que no tiene una sola idea sensata para hacer que los españoles podamos vivir mejor.
Su dependencia de Podemos provocará medidas de gobierno que nos acercarán un poco más a Venezuela, y su deuda con los separatistas hará que busque un encaje anticonstitucional para vascos y catalanes muy próximo al estado asociado.
En cuanto a la máxima jerarquía del Estado, Sánchez quiere debilitar rápidamente la monarquía que le estorba para poder llegar a la III República, que será una imitación de la II, y en la que se volverá a elaborar una nueva constitución a medida de la izquierda y en contra de la derecha sociológica y política de este país.
Desde que Zapatero llegó a la secretaria general del PSOE éste partido abandonó el centro-izquierda como el que encarnó en su día Julián Besteiro y se tiró de lleno hacia el radicalismo como el de Largo Caballero, el cual se empeñó en que en España hubiera una guerra civil en los años 30 y lo terminó consiguiendo.
El problema es que el PSOE y el resto del Frente Popular perdieron la guerra cuando poseían todas las bazas para ganarla. Esto es algo que el partido socialista no termina de digerir casi 80 años después y mientras no lo asimile seguirá provocando el guerracivilismo entre los españoles.
Es cuestión de echarse en un diván hasta que lo superes.