Aunque no se detuvo, quiero pensar que habrá continuado su camino angustiado, turbado por el sobresalto que me provocó y seguramente también hinchado por su pericia, que evitó afortunadamente que me reventara los dientes contra la humanizada acera de la ciudad.
El fulano salió de la chicane tan abstraído en dicha preocupación que no se percató, unos metros más abajo, de las palabras que le gritaba una madre que ágilmente apartaba el carrito de su niña para evitar ser arrollada por el émulo kamikaze de Marc Márquez. Animal y cabronazo, entre otros, fueron los calificativos que en aquel instante se le vinieron a la boca -que no a la cabeza- que en frio podrían haber sido irresponsable, imprudente, inconsciente e insensato, términos más adecuados y políticamente correctos.
Queda ya poca gente que no haya sufrido una experiencia cercana a la muerte con un vehículo de movilidad personal (VMP) en las calles de la ciudad. Los hay de muchos tipos y ruedas, son muy fáciles de conducir, rápidos y tan silenciosos que solo hacen ruido cuando te pegan el hostión. La regulación de su uso en la ciudad brilla por su ausencia, tal vez a la espera de una normativa básica estatal para su desarrollo en el ámbito municipal. Lo raro es que nuestro alcalde no sea pionero también en fijar las bases que protejan a los vecinos y vecinas de Vigo contra los efectos perniciosos de la proliferación de los cacharros eléctricos y las terrazas que ocupan todas las aceras sin control.
Dicen que algo tiene pensado. Habrá dicho «I’m thinking about it». Lo primero es que lleven luces, muchas luces. Luego ya veremos. Personalmente, por si acaso, para evitarme accidentes me he pedido un caballo por Amazon. Aunque parezca imposible con el Premium lo tengo en casa en tres días, listo para montar por la acera. Como Ricardo III, mi reino por un caballo, ecológico cien por cien.