La revista Weird Tales está considerada como el pilar fundamental de las publicaciones pulp, con ediciones irregulares desde marzo de 1923 hasta el presente, cuando ya ha sido anunciado un nuevo reinicio —con su correspondiente polémica—. Su especialidad son las historias de fantasía, horror y ciencia–ficción, con autores tan influyentes como H. P. Lovecraft, Clark Ashton Smith, Seabury Quinn y el texano Robert E. Howard, creador de Conan. Este último escribió cientos de piezas en sus trece años de carrera literaria, que incluyen relatos sobre marineros, boxeadores, detectives privados, espadachines y piratas. Pero sobre todo un bárbaro montañés que recorrió miles de rincones misteriosos de una era ficticia de la Tierra llamada la Edad Hiboria, en una serie de aventuras apasionantes que se consideran el germen de todo un género: la fantasía heroica. Conan, nacido entre los neblinosos riscos de Cimmeria, abandonaba su patria de joven en busca de fortuna, para desempeñar un sinfín de profesiones violentas: explorador, mercenario, ladrón, asesino, pirata, general y finalmente rey de Aquilonia, coronado a sí mismo después de terminar con el corrupto monarca Numedides. Howard fue el padre de lo que conocemos como espada y brujería, pero su fama quedó confinada en aquel entonces a los círculos especializados.
En 1970, la editorial Marvel Comics, que había triunfado en el mercado de los superhéroes con un concepto revolucionario —llevar el realismo callejero a las conversaciones y las peleas entre sus personajes—, intentó expandirse a otros géneros y formatos distintos. Roy Thomas, guionista de éxito de la casa, propuso adaptar unas novelas de fantasía poco conocidas: así fue como nació «Conan the Barbarian», un cómic de aventuras acerca de las andanzas del poderoso cimmerio, siempre dispuesto a desenvainar su espada frente a hombres, dioses o demonios. Thomas implantó un concepto novedoso en el medio: la colección seguiría sus viajes de manera cronológica y cada año de publicación equivaldría a un año de vida del personaje. Por primera vez, el protagonista de un cómic envejecía al mismo ritmo que sus lectores.
Poco después llegó «The Savage Sword of Conan», una revista en blanco y negro, con más páginas que un comic–book corriente y mayor libertad en el uso de la violencia explícita y el erotismo. Maestros del dibujo como Barry Windsor–Smith, John Buscema, Gil Kane, Ernie Chan, Alfredo Alcalá y muchos otros convirtieron al bárbaro en una leyenda de fama universal, con tres películas de Hollywood, tiras de periódico y una fama explosiva.
Pero incluso eso terminó por decaer. A principios del nuevo siglo, Conan se había hundido en un ostracismo patente, sus series se reiniciaron varias veces sin conseguir el éxito y Marvel terminó por ceder los derechos del personaje.
En 2003, Dark Horse Comics inició una serie completamente nueva: «Conan», por Kurt Busiek y Cary Nord. Las expectativas se encontraban por los suelos y ellos supieron cambiar eso con unas historietas revolucionarias, basadas tan solo en el trabajo original de Howard. Fueron comics modernos, brutales y otra vez con escasas limitaciones en cuanto a violencia y erotismo —dos pilares fundamentales de los relatos del cimmerio—. Tim Truman, Tomás Giorello, Brian Wood, Becky Cloonan, Fred Van Lente, Brian Ching, Cullen Bunn, Sergio Dávila y el propio Roy Thomas aportaron versiones frescas a un concepto que parecía terminado, en una etapa que ha recibido críticas estupendas. Eso llamó otra vez la atención de Marvel, que peleó por recuperar los derechos.
Desde comienzos de 2019 —y abril en España—, han vuelto las antiguas cabeceras: «Conan el Bárbaro» —por Jason Aaron y Mahmud Asrar, con portadas de Esad Ribic— y «La Espada Salvaje de Conan» —por Gerry Duggan y Ron Garney, con portadas de Alex Ross—. La ilusión volvía a crecer entre los lectores. Pero ha habido también otras series alrededor de la Edad Hiboria: «Belit de la Costa Negra» —por Kate Niemczyk y Tini Howard— y «Salvajes Vengadores» —por Gerry Duggan y Mike Deodato—, esta última todavía en publicación.
Pasado este tiempo, podemos hacer un balance general. Las críticas están siendo demoledoras, con lectores indignados con el trabajo de los tres guionistas, mientras que los dibujantes reciben elogios. Las mejores firmas del mercado han realizado portadas alternativas o ilustraciones, pero el mando general del rumbo del cimmerio se encuentra en manos de esos tres escritores.
Jason Aaron ha roto con la estructura antigua de esa colección y ha aplicado un truco que ya empleó en «Thor»: al tratarse de un personaje cuya evolución vital ya conocemos por completo, juega con diversas líneas temporales simultáneas para presentarnos a Conan mientras diseña a una villana a su altura, la Bruja Carmesí, con la que se cruza en diversas épocas. Aaron se ha declarado gran admirador de la obra de Howard y renuncia conscientemente a versionar otra vez los relatos clásicos, sino que escribe historias al margen de aquellas: una escena que se sitúa unos instantes después de «La hora del dragón», otra después de «Más allá del río Negro» y así durante doce números, para crear una trama que habla, como su título indica, acerca de la vida y la muerte de Conan. Eso ya de por sí parece ambicioso y le están lloviendo comentarios enormemente agresivos, pero demuestra un conocimiento amplio de lo que está haciendo, aunque la narración tarde en avanzar. También es consecuencia de los tiempos que vivimos: en su época gloriosa en «X–Men», Chris Claremont tardaba años en resolver sus argumentos secundarios, pero hoy en día una historia de más de tres números ya nos parece exasperante.
Gerry Duggan también ha vuelto del revés lo que ya conocíamos de «La Espada Salvaje de Conan»: en lugar de números autoconclusivos, en blanco y negro, con más páginas y erotismo, él ha creado una colección de episodios sucesivos, sin un solo desnudo y con barcos y pistolas totalmente fuera de lugar. Recordemos que Conan se mueve por una Edad Hiboria teóricamente situada en el pasado más remoto de la Humanidad, y basada en la Edad Media. Por tanto, la presencia de un trabuco o de un galeón dieciochesco desentona. La trama en sí no sorprende demasiado y habrá que ver si su final mejora lo visto hasta ahora.
La miniserie acerca de Belit es la más extraña. Tanto el estilo de dibujo como la historia rompen por completo con lo que conocíamos de la reina de la Costa Negra. Buscando una aproximación minimalista, rompe con la épica esperada en una historia de fantasía heroica. El futuro nos dirá si alguien recuerda esta serie pasados unos años.
Pero las opiniones más terribles están siendo para «Salvajes Vengadores», la colección que une las aventuras de Conan con las de Lobezno, Veneno, El Castigador, Elektra y el Hermano Vudú. Esta historia tampoco pasará a la posteridad, pero no lo pretende. El propio Duggan ha reconocido que su única ilusión era juntar a muchos «malotes» y ver cómo recorren los peores rincones del Universo Marvel destrozando a un sinfín de enemigos.
A día de hoy, vemos que las expectativas acerca de retorno de Conan a Marvel no se han cumplido, porque los autores han querido sorprender con presentaciones muy novedosas, cuyo resultado final aún es difícil de valorar. El mérito hay que reconocérselo y sus conocimientos también —salvo lo del galeón—, y queda claro que al cimmerio aún le quedan muchas vidas. Aunque Jason Aaron esté empeñado en contarnos su muerte.