«Sebastián Heredia Matamoros había nacido en la Costa del Crepúsculo, que era como se conocía por aquel entonces el enclave del diminuto villorrio de Juan Griego, cuyas encaladas casuchas se extendían a los pies del oscuro fortín de La Galera, a todo lo largo y lo ancho de una tranquila ensenada del noroeste de la pequeña isla de Margarita, famosa desde los tiempos del mismísimo Cristóbal Colón porque en sus transparentes aguas se encontraban los más ricos “placeres de perlas” del mundo.
En 1996, y después de 43 años escribiendo, Alberto Vázquez–Figueroa publicó la gran novela de aventuras por antonomasia —con permiso de «Tuareg», otra de sus obras maestras—, una historia de piratas en el mar de las Antillas, con todos los elementos que hacen apasionante este género: viejos corsarios venidos a menos, batallas en alta mar, traiciones, lealtades férreas, familias destrozadas por la injusticia y un joven que, procurando combatir a un villano especialmente maligno —delegado de la Casa de Contratación de Sevilla—, termina enrolado en el barco pirata más veloz de su época y finalmente convertido en capitán. La isla de Margarita era un enclave famoso por sus impresionantes perlas, que el reino de España acaparaba en aquel entonces. Para lograrlo, la población de la isla sufría una terrible explotación por parte de funcionarios y militares, para que nunca pudieran vivir holgadamente ni pudieran dedicarse a otra cosa. Las enormes joyas iban a parar a nobles ricos que vivían al otro lado del Atlántico y cualquier esfuerzo era poco para mantener esa situación. Sebastián Heredia Matamoros es el hijo varón de una de esas familias de buscadores de perlas, que sufrirá de primera mano el horror de la degradación humana a cambio de dinero. Sebastián huye a bordo del barco pirata del temido Jacaré Jack, el capitán más cruel de aquellas aguas. Junto a él y a su tripulación, Sebastián descubrirá un mundo más honesto y a la vez más salvaje, donde la vida se defiende con cañones y sables, y donde la dignidad de un pirata no tiene precio.
Vázquez–Figueroa creó un clásico fundamental con esta novela, que luego continuó con «Negreros» (1996) y «León Bocanegra» (1998), donde trataba el tema de la esclavitud en África para surtir de trabajadores a la conquista de América. La saga de los Heredia Matamoros se convertía en símbolo de la búsqueda de la libertad durante la Edad Moderna, por encima de reyes infames, delegados sin escrúpulos y pobres dispuestos a todo por dejar de serlo. La época se hizo legendaria y los piratas que surcaron aquel mar llenaron la Historia de novelas de aventuras, como bien sabe Vázquez–Figueroa desde pequeño, cuando leía libros de Conrad y Melville en el Sahara español, criado por su tío en un fuerte militar. Después él mismo se iría a dar la vuelta al mundo en un barco junto a dos amigos, trabajó como submarinista junto a Jacques Cousteau y sirvió como reportero de guerra en una decena de países. Vivió la aventura antes de decidirse a plasmarla, por eso sus narraciones siempre son tan vívidas y sus héroes buscan un lugar más remoto, otra frontera que cruzar, un paraíso donde nadie haya estado antes. Ese anhelo de libertad es la marca inconfundible de Alberto Vázquez–Figueroa.