Así que se cumplía una hora de reunión y la cosa parecía que estaba bien enfocada, uno de los presentes intervino:
– Pero ¿el proyecto será sostenible, no?
– Sí, sí, claro, claro, dijimos los demás, es evidente que este proyecto si se caracteriza por algo es por su sostenibilidad (alguno habló de sustentabilidad). Con lo cual el interviniente que había apelado a lo sostenible quedó más o menos tranquilo.
Seguimos hablando de más detalles del proyecto y otra vez el mismo asistente hizo otra precisión:
-Pero, ¿el proyecto será transversal, no? Hubo unos segundos de silencio y al poco tiempo otra vez el resto de asistentes asentimos como un solo hombre:
– Por favor, ¿en qué cabeza cabe que hoy un proyecto no sea transversal? La transversalidad nadie la pone en duda, es la segunda característica (después de la sostenibilidad) que se aprecia al leer el proyecto. El interviniente volvió a poner cara como que ya se quedaba más tranquilo y pudimos continuar.
Así estábamos de nuevo hablando de aspectos prácticos del proyecto cuando el asistente de las dos preguntas anteriores dijo:
– A mi lo que realmente me preocupa es que este proyecto no sea implementable. Los demás nos miramos unos a otros y asentimos con la cabeza dándole a entender que allí todos estábamos por esa labor y que la implementación era condición «sine qua non» para llevar el proyecto a cabo.
En ese momento la mayoría comenzamos a comentar que se nos hacía tarde y que lo mejor era continuar la reunión en otro momento. Y en aquel instante el interviniente «de siempre» aseveró:
– Está bien pero el próximo día tendremos que hablar de la gobernanza y del empoderamiento del proyecto!