Ferrín es un destacado autor de lengua gallega, pero en tiempos del franquismo, cuando el gallego estaba despreciado, humillado e incluso prohibido, fue catedrático de “Lengua y Literatura Española” en el Instituto Santa Irene de Vigo. Y algunas personas tuvimos el privilegio de tenerlo como profesor y lo recordamos con enorme admiración. Era el final de la década de los años sesenta del pasado siglo XX, unos años turbios en los que no se podían expresar libremente las opiniones, unos años en los que los docentes tenían unas directrices muy rígidas.
La asignatura de literatura española incluía una lista de obras de obligada lectura que abarcaban títulos de enorme importancia entre los que se encontraba El Quijote, pero también incluía títulos de difícil asimilación para quienes aún están iniciándose en la literatura. Ferrín, evidentemente, no eliminaba esos títulos de la lista, pero pasaba por ellos con la lógica tolerancia de quien pretende motivar el amor a la lectura entre los alumnos, evitando que la densidad de esas obras provoque el temido rechazo, porque Ferrín, sobre todo, motivaba el amor a la lectura. Luego, cuando llegaba el examen para saber si se habían leído las obras de aquella lista, Ferrín nos iba sacando uno a uno a la tarima y nos hacía varias preguntas sobre algunas obras al azar. Todos temíamos “El criticón”, de Baltasar Gracián, y llevábamos alguna que otra pregunta habitual ya preparada sin haber leído el libro, que resultaba intragable. Él hacía esas preguntas que ya sabía que se esperaban y que contestábamos bien, y alguna otra en la que, como es lógico, fallábamos. Pero un compañero nuestro cuyo nombre no recuerdo, sorprendentemente, contestó también con acierto todas aquellas otras preguntas que nadie sabía, y Ferrín, públicamente, dijo que en los años que llevaba dando clase era el único alumno que había leído realmente aquel libro, y le dio la enhorabuena.
Hoy resulta raro decir que en aquella época los chicos estudiábamos en el Santa Irene y que las chicas lo hacían en el Santo Tomé, separados por sexos, con un muro de separación física entre ambos institutos. Y cuando Ferrín llegaba a clase, sabiendo que no nos gustaba el muro, levantaba el puño y decía “¡Abajo el muro!”, y todos coreábamos aquella reivindicación antes de arrancar la clase, en la que todos estábamos atentos a sus explicaciones.
Y debo comentar que entre nosotros también estaba como compañero Humberto Baena, el que años más tarde fue uno de los últimos fusilados por el franquismo, y que aún me impresiona recordar el fatal desenlace de aquel querido compañero que era, como todos recordamos, una persona excelente en todos los sentidos y llena de enorme sensibilidad.
Aquellas inolvidables clases con Ferrín se truncaron a mitad de curso cuando lo detuvieron por su espíritu contrario al régimen de Franco. Estuvo encarcelado y volvió al cabo de meses. Pero para nosotros seguía siendo tanto o más querido que antes. Y siempre seguirá siendo nuestro inolvidable, admirado y muy querido profesor Ferrín.