En la plaza de la Princesa de Vigo se encuentra Casa Gazpara. En mi infancia hacía parada en compañía de mi padre camino de la Praza de Abaixo o Praza da Laxe para visitar a mi abuela que trabajaba en un puesto de la Panificadora en este mercado.
Transcurridos algunos años, ya en los setenta y de ahí en adelante, frecuentaría Casa Gazpara hasta aproximadamente mediados los noventa. En los sesenta había una clientela variopinta, destacando que por aquel tiempo la casa consistorial tenía su emplazamiento entre la Plaza de la Constitución y la de la Princesa, eran los tiempos de Portanet y empleados de la institución eran visitantes de los bares aledaños.
En 1964 José Puente, procedente de Cádiz aunque de origen estradense, en compañía de su hijo Avelino, se hace cargo de Casa Gazpara hace ya 56 años. Hasta aproximadamente el año 1970 el negocio albergó también un pequeño estanco según se entra a mano derecha.
Ya por esas fechas Avelino, en compañía de su mujer Isaura Requeijo Maceira y su cuñada Lala en la cocina son plenamente dueños de la situación y el Gazpara es una casa de vinos de la tierra y comidas caseras con producto fresco de elaboración tradicional gallega, sea pulpo, almejas a la marinera, merluza a la gallega o chipirones encebollados; también caldo, cocido, ternera asada con patatas y pimientos y a los postres flan de la casa o tarta de Santiago. El repertorio gastronómico era y es mucho más extenso.
Pero no es en este aspecto reseñable donde quiero enfatizar sino en el aspecto social y convivencial de vida en común de los que allí algún día nos autoconvocamos.
Este recoleto lugar fue durante muchos años una miscelánea de residentes del barrio del Casco Vello y por su céntrica ubicación de gentes de paso, transeúntes y turistas, pero sin perder, sobre todo entre los clientes de mostrador chiquiteros de antaño, el sabor de barrio, gentes de cuadrilla, pues se acostumbraba a beber en grupo. No obstante, cualquiera de los habituales con solamente hacer aparición ya conectaba sin necesidad de citarse, al punto de echar en falta las ausencias de los que diariamente o casi caíamos por allí. Sin embargo, al contrario que en el bar Chabolas o la taberna la Viuda, no era lugar muy dado a la expresión canora, acompañante tantas veces del vivir tabernario. La hora más frecuentada era la del mediodía, en la que se mezclaba el chiquiteo con las comidas y a la sobremesa las partidas de cartas. A esa hora fuerte el ritual de socialización alcanzaba su mayor intensidad. A última hora de la tarde recobraba tono pero ya más decaído.
Entre los amigos, clientes y vecinos de la zona, quiero recordar a tres ya desaparecidos. El primero, Enrique, quien trabajaba en la biblioteca pública de la calle Romil; otro, Fernando Fandiño, de la Rúa de Santiago, y destacadamente a Enrique Arcos Conde de la calle Joaquín Yáñez, presencia ineludible en todo el Casco Vello y hostelero él también en la Rúa Real a la par que electricista, conocido como Cucho. La familia de éste estaba marcada por el dolor del fusilamiento de su abuelo Ramón Conde, dirigente comunista durante la República, siendo la madre de Cucho, Nieves, hija póstuma de Ramón.
Entre los también desaparecidos, inolvidable Lino, el propietario, marido de Isaura. Tenía Lino, al principio citado como Avelino, hijo de José, el iniciador de esta historia, la costumbre tras abrir la puerta del negocio y servir los primeros cafés y sol y sombras hacer una pausa rápida y ojear el Faro de Vigo. Pues cuando la ciudad anunciaba las entrañables fiestas navideñas y se engalanaba para recibirlas con modestia, un 14 de diciembre, a primera hora de la mañana Lino exhalaba silenciosamente su último suspiro al servicio del negocio al que había dedicado las horas de su vida.
Su muerte prematura en la cincuentena nos dejó huérfanos un poco a todos en el barrio. Han pasado 26 años de su desaparición y 56 de aquel momento de iniciación del Gazpara de los Puente-Requeijo. Al frente aún permanecen Isaura y su hijo José Manuel. En la cocina Lala.
No sabemos por cuanto tiempo, los años avanzan inexorablemente, venciendo cuerpos y voluntades. De momento los cinco óleos de temática ribeirán con figuras de pescadores de Ernesto Bao, tan apreciados en sus visitas al local por Mario Granell, nos contemplan.