Hoy he descubierto que la floristería que había al lado del Hospital Xeral de Vigo ya no existe. Hace años que no voy por allí, así que tendrá que disculpar quien lea esto mi total desconocimiento sobre cómo está el barrio. Entiendo que un local de ese tipo no desaparece de un día para el otro, pero lo cierto es que hoy he pasado por delante y he descubierto con estupefacción que en su lugar hay un banco. Me ha ocurrido algo parecido a lo de Sabina, que, en vez de reencontrarse con el bar de su antiguo amor de verano, se dio de bruces con una sucursal del Banco Hispano Americano. Bueno, yo nunca tuve ningún amor en esa floristería, pero sí recuerdos bonitos.
Durante muchos años hubo una preciosa floristería junto al Hospital Xeral de Vigo. Eso es algo muy común, los hospitales generan a su alrededor farmacias, ortopedias y floristerías, como una simbiosis de la salud y las plantas. Familiares sonrientes entran en las habitaciones del hospital cargados con ramos, macetas o centros de flores, para celebrar un nacimiento o desear una recuperación rápida. A nadie de fuera de ese ámbito de trabajo le gusta ir a un hospital, todos acuden allí por estricto compromiso de familia o amigos y desean que la persona en cuestión lo abandone rápido. Que vuelva cuanto antes a las barbacoas de los domingos, las paellas en casa de la abuela, el «te he dicho que te comas las verduras», «odio a mi jefe», «¿has visto el último capítulo de “Picard”?» o «no sabes la que están liando los políticos». La vida espera fuera de aquellas puertas, como si se hubiera detenido por un momento. En realidad no se ha detenido, sigue moviéndose lejos de las batas blancas y los turnos de visita. Lejos de las bandejas de plástico donde viene la comida y de los camisones abiertos por detrás. La vida sigue ahí, más allá de la ventana, esperando que esa persona vuelva a subirse en marcha. Y la familia acude con su mejor sonrisa, a decirle que todo puede esperar un rato más, que no hay prisa, que se recupere con calma. Eso es lo que quieren transmitir con las flores. Que hay tiempo. Que lo demás no importa.
Con la desaparición del Hospital Xeral terminó una época en Vigo. El barrio cambió por completo. Oí decir que los pisos y las plazas de garaje se habían devaluado muchísimo. Con el hospital se desplazan todos sus trabajadores, que se llevan sus sueños, sus desvelos y el amor por lo que hacen. Sin hospital, ya no tenía sentido la floristería, dice mi yo pragmático, el que se ocupa de las facturas y las declaraciones de Hacienda. En cambio, mi yo cínico opina que esta es la demostración de que los bancos pueden sobrevivir a cualquier cosa. Luego está el otro, el yo romántico, el que se queda impresionado por el final de un tiempo hermoso, que ya no volverá. Y lo único que se le ocurre a ese yo, bobo y con la cabeza en las nubes, es escribir este artículo, por si todavía queda alguien que se acuerda de aquello y siente la misma nostalgia.
El mundo cambia y eso es lógico. Pero no deberíamos olvidar lo que fuimos, lo que soñamos y lo que perseguimos durante tantos años. La ilusión de que todo puede esperar un rato más. Que aún hay tiempo.