Llega al cine la nueva versión de una obra clave de la novela de aventuras, resumen perfecto de las aspiraciones y devociones de su autor. La historia de Buck, el perro obligado a tirar de un trineo en el Yukón, representa a la perfección la búsqueda de la libertad, el amor por los parajes inexplorados y la rendición a los instintos primarios, que estuvieron presentes en diversas novelas de Jack London e incluso en su propia vida.
«Buck no leía los periódicos, de lo contrario habría sabido que una amenaza se cernía no solo sobre él, sino sobre cualquier otro perro de la costa, entre Puget Sound y San Diego, con fuerte musculatura y largo y abrigado pelaje. Porque a tientas, en la oscuridad del Ártico, unos hombres habían encontrado un metal amarillo y, debido a que las compañías navieras y de transporte propagaron el hallazgo, miles de otros hombres se lanzaban hacia el norte. Estos hombres necesitaban perros, y los querían recios, con una fuerte musculatura que los hiciera resistentes al trabajo duro y un pelo abundante que los protegiera del frío».
En ese primer párrafo está resumida toda la historia que sustenta «La llamada de lo salvaje», no solo en lo que respecta a Buck, el perro protagonista, sino a la manera en que el descubrimiento de oro en las zonas más desconocidas —e inhabitables— del continente americano trajo consigo una oleada de desplazamientos en masa de aventureros, cazadores de fortuna y gente sin porvenir. El sueño del valioso metal les hacía recorrer miles de kilómetros, poner en juego su vida y acarrear todas sus pertenencias sin la más mínima esperanza de poder regresar algún día. Allí, si no morían de alguna forma horrible —congelados en el recodo de un camino por no poder disponer de fuego, o engullidos por un lago cuya superficie helada resultó demasiado quebradiza, situaciones ambas que muestra London en sus relatos—, el lugar los cambiaba para siempre. Hombres y mujeres sometidos a las duras condiciones del hielo, las privaciones y el enfrentamiento con las bestias salvajes acababan degenerando hasta llegar a sus instintos más primarios. La ley apenas lograba controlar a aquellos seres feroces, construidos a sí mismos frente al ambiente más hostil que se pueda imaginar.
El propio Jack London había conocido aquella realidad de primera mano. En 1897 él también había iniciado el viaje a Canadá en busca de oro, pero solo halló desastres, aludes, pobreza, escorbuto y alcoholismo. Vivió en condiciones de extrema necesidad, aislado en una cabaña junto a otros pioneros, debido a la nieve. Sufrió hambruna y soledad, vio morir a muchos de los que habían compartido la aventura con él e incluso conoció a perros muy similares a Buck, el protagonista de «La llamada de lo salvaje».
La novela cuenta la historia de un enorme perro bonachón, hijo de un San Bernardo y de una perra pastor escocesa, que vive apaciblemente en la finca de un anciano juez en California. Su existencia se limita a disfrutar de la hermosa naturaleza de la región y cuidar de la familia del juez, hasta que la codicia de un empleado lo lleva a viajar al Yukón, donde los perros son muy valorados para tirar de trineos llenos de mercancías. Las expediciones en busca de oro y el transporte de equipamiento, personas y cartas requieren de perros fuertes, y pocos son más fuertes que Buck, así que en adelante este buen animal va a recibir el entrenamiento más duro de su vida. Maltrato, hambre y trabajo extenuante se convertirán en su día a día, sin la más mínima opción de regresar. Eso terminará por curtir su carácter, haciendo de Buck un ser muy diferente del que vivía en California.
Una regresión a tiempos primarios, a una memoria ancestral que guarda en sus genes, de cientos de generaciones de perros y lobos que lucharon por salir adelante. Tumbado junto a la hoguera, Buck recuerda a sus antepasados, que caminaron con hombres primitivos y cazaron a su lado. Esa constatación de su origen hace de él un ser más salvaje, más puro, tal y como la selección natural ha decretado que sea, en lo que el autor llama «la ley del garrote y el colmillo».
London había conocido un perro muy similar a Buck durante el tiempo en que estuvo en Canadá, un hermoso ejemplar que le sirvió de modelo. Pero en realidad el protagonista de la novela simboliza a todas aquellas personas que se lanzaban a lo desconocido en busca de un sueño —o escapando de sus condiciones de vida— y una vez allí sentían la pasión por un lugar extremo y la herencia de unos instintos primarios, casi siempre con un final funesto. London crea una fábula en la que el perro es siempre el centro de la acción y los humanos pasan por su lado con actitudes muy distintas, a veces loables y a veces mucho más bestiales que las de los animales que los rodean. Por eso esta historia se ha convertido en universal y cada cierto tiempo regresa, tanto a las librerías como a las pantallas de cine. Y sigue funcionando, década tras década, porque el retrato de la nobleza, la mezquindad y la llamada de la vida salvaje sigue igual de válido hoy en día, más de un siglo después de su publicación original.