Desde el 13 de febrero en 2011 que la UNESCO proclamara como Día Mundial de la Radio y con la asunción por la Asamblea General de la ONU en el 2012 inicia su andadura esta jornada global de celebración.
Desde que Tesla y Marconi junto a sus antecesores y sucesores consiguieran poner en circulación la voz humana de forma inalámbrica y transoceánica con emisores y receptores capaces de registrarla, la humanidad alcanzó el milagro de que aquello que le es más propio, la voz y la palabra, no precisara de la presencia corpórea de hablante y oyente, universalizando el vínculo de la comunicación instantánea sin distancias.
De todos los medios de comunicación, entre los que he ejercido, mi preferencia en modo absoluto es el radiofónico. Su inmediatez, su caracter no absorbente o totalitario, pues no te inmoviliza e incapacita ni fija ante una pantalla, lo justifica. Quiero decir con esto que compatibiliza con otra actividad simultánea. Así mismo su menor coste y el hecho de trascender el mensaje con la voz le otorga valor añadido frente a sus competidores.
Para hablar de la radio en la que pienso, tiene que estudiarse la voz, con su entonación y prosodia, con su amplitud y calidez, con todo su registro acústico y emocional. No pienso por tanto en radiofórmulas musicales o algo así.
Pienso también en contenidos, con guiones o improvisación. Pienso en una radio de informativos contrastados, de opinión y debate, de monográficos, donde el documentalismo se trabaje y donde la música acompañe y no sea transmisión de los intereses comerciales de grandes sellos multinacionales o no sólo.
Pienso en una radio en la que hasta la publicidad resulte singular, con voces familiares y jingles que nos acompañen de por vida como antaño. Y pienso finalmente en la conjunción de radios públicas, privadas y comunitarias.
Feliz día de radio y de la radio.