El día 27 de febrero de 2020 falleció Sor Dolores, mi primera maestra en el colegio Niño Jesús de Praga, en Vigo, cuando yo tenía cinco años, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo XX, cuando todavía no existía la Rúa Rosalía de Castro, que era un auténtico barrizal con talleres, fincas y algunas fábricas; cuando la parroquia del Sagrado Corazón estaba en la prolongación del Areal, en paralelo a García Barbón, donde ahora existe un nudo de conexiones ferroviarias y de carreteras; cuando la calle Areal aún estaba adoquinada y pasaba el tranvía; cuando los más pequeños de la casa jugábamos en los jardines que hay frente al colegio, junto a la fuente. En fin, cuando todo era bastante diferente y nuestros recuerdos aún eran una realidad.
Recuerdo que comencé a ir al colegio cuando yo tenía cinco años. Recuerdo, también, que los primeros días iba asustado y echaba de menos el estar en casa y con mi madre, que se llamaba Juana, y con mis tíos, Lola e Ismael —-con los que vivíamos porque mi madre era viuda—-. Pero con el paso del tiempo el colegio fue ocupando el espacio que le correspondía e hice amigos y conocí a personas con las que todavía guardo relación. Allí estaba Sor Dolores.
Su nombre completo era Dolores Rodríguez Carvajal y pertenecía a la orden Hijas de la Caridad. Había nacido en Palencia y se trasladó a la ciudad de Vigo en 1943. Desde entonces estuvo vinculada al colegio Niño Jesús de Praga. Conviene recordar, también, que las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl pusieron en marcha este colegio en el año 1903 inspirándose en sus fundadores: Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, ayudando, sobre todo, a los más débiles y necesitados.
Entre mis recuerdos colegiales siempre están muy vivas las clases de Historia Sagrada que se impartían con la ayuda de un libro de láminas bíblicas colocado sobre un atril, que de niño me parecía enorme. Curiosamente, las dimensiones de ese mismo libro me parecieron más razonables cuando volví a verlo durante el homenaje a Sor Dolores y a Sor Josefa en el mes de mayo del año 2016, porque, en la actualidad, ese mismo libro ocupa un lugar preferente en la entrada del colegio. Entre las muchas anécdotas también recuerdo perfectamente —-y es algo que tengo contado muchas veces entre familiares y amigos al recordar aquellos años—- el fallecimiento del Papa Pío XII, el 9 de octubre de 1958, que causó una gran conmoción en el colegio. Aunque, un poco más tarde, el 28 de octubre, aquella tristeza se tornó en alegría con la elección del nuevo Papa: Juan XXIII. Nosotros no llegábamos a comprender totalmente la trascendencia de aquellos cambios, pero la elección del nuevo Papa fue muy agradable porque, además, las monjas repartieron puros de chocolate entre todo el alumnado, algo que tampoco se olvida.
Con el paso de los años mi madre se hizo bastante amiga suya y coincidían muchas veces en el supermercado cuando Sor Dolores ya había abandonado las clases y colaboraba en las tareas de comedor y cocina, entre otras. Recuerdo que mi madre siempre quedaba muy contenta cuando la encontraba porque sus conversaciones versaban sobre el tiempo pasado, que es lo habitual en gente de edad. Ambas las dos eran muy joviales y se tenían un gran afecto. Algo que también le agradezco a Sor Dolores y que nunca he dicho antes y ahora lo hago muy emocionado, es su consideración y su cariño con mi madre, ya fallecida hace tres años con casi noventa y nueve años de edad, pero muy lúcida y válida hasta el último momento de su vida.
Estoy convencido de quienes pasamos por el colegio Niño Jesús de Praga y conocimos a Sor Dolores nunca hubiéramos sido lo que somos si no fuera por su aportación a nuestra formación en aquellos primeros años tan transcendentes de nuestras vidas, a aquellos valores que nos transmitieron. Y también estoy convencido de que, en realidad, Sor Dolores no ha muerto realmente porque sigue viviendo en el recuerdo cariñoso de todas las personas con las que se ha cruzado en algún momento de su vida. Con enorme cariño, para la inolvidable Sor Dolores.