El 23 de abril se conmemora el Día Internacional del Libro, pero este año nos toca afrontarlo desde la extrañeza de una pandemia terrible, que nos ha encerrado en nuestras casas y ha puesto al límite nuestra capacidad de respuesta como pueblo. Ansiedad, miedo y desconocimiento se combaten con ideas, originalidad y entusiasmo, lo que puede incluir ejercicios en casa, retos virales, clubes de cinéfilos online o repostería, mucha repostería.
¿Qué lugar ocupa en todo esto la lectura? ¿De verdad estamos leyendo todo lo que nos propusimos al principio de la cuarentena o tenemos demasiados estímulos externos? Los barómetros de lectura afirman que en España ha aumentado la venta de libros en papel desde que se inició el confinamiento y también la venta de ebooks y audiolibros, que han disparado su contribución al conjunto del sector editorial. Es, sin duda, el momento de que autores y editores apuesten de verdad por su oferta de libros electrónicos, como auténticos compañeros de los libros en papel. Los lectores han demostrado que pueden compaginar diversos formatos de lectura y el Gobierno ha apostado por bajar definitivamente, como se venía pidiendo desde hace tiempo, el IVA de esos productos.
Ahora nos llega el Día del Libro, tradicional ocasión para comprar y regalar joyas literarias. Conmemoramos cada 23 de abril la muerte de grandes escritores, el nacimiento de otros y una excusa tan buena como cualquiera para hacernos con esos momentos de placer en la lectura. Con un sector paralizado, unas librerías en cuarentena, unos distribuidores que ven pasar uno de sus momentos de mayores ingresos del año y unos autores confinados en sus casas, ¿qué podemos hacer como sociedad en el Día del Libro? ¿Qué pinta la cultura en mitad de una pandemia?
Pues bien, ahora es el momento en que más tenemos que leer, hablar de libros, hacer recomendaciones y comprar ilusiones escritas. No esperemos a mañana, al 9 de mayo, a cuando levanten las restricciones y estemos en condiciones de recuperar la calle. No dejemos que el tiempo pase sin leer y sin alzar la voz para hablar de libros. La cultura es una parte imprescindible de nuestra existencia como pueblo, como tribu, como especie. La necesidad de contar historias y de escucharlas está en nuestro interior desde que nuestros antepasados se reunían en torno a una hoguera o junto a unas pinturas en una pared de roca. Ellos sintieron el impulso de legar aquellas historias a generaciones que ni siquiera sabían si llegarían a existir, y a través de las historias nos hacemos personas, superamos nuestros instintos animales y conquistamos el mundo por medio de la imaginación.
No es un problema de confinamiento. La imaginación puede romper todas las barreras y hace posible que visitemos la Roma imperial junto a Marco Didio Falco, la Inglaterra medieval junto a Wilfredo de Ivanhoe o un planeta desértico lleno de especia junto a Paul Atreides. Puede permitirnos bucear al lado de tiburones, conquistar el Polo Norte o bañarnos en el sol. Puede hablarnos de cantigas, de prisiones políticas o viajes a universos paralelos. Puede llevarnos a donde nos apetezca, si dejamos que unas cuantas líneas escritas nos guíen a la mayor aventura de nuestra vida, o al romance más hermoso o a la realidad social que no imaginábamos.
Ninguno de nosotros pensaba que iba a ocurrir esto en 2020, pero podemos superarlo como grupo, leyendo y soñando. Las paredes de nuestras casas no son muros de una prisión que nos impida soñar. Es hora de que perdamos el miedo a imaginar otro mundo —igual los lectores que el propio sector editorial— y nos adaptemos a una realidad nueva, que ninguno pidió pero nos cayó encima.
Si Edmond Dantés no perdió la fe en sí mismo y logró salir de su encierro, ¿qué no podremos hacer nosotros, si estamos unidos en este proceso?