El trepidante bullicio de la ciudad de Vigo no deja demasiado tiempo para que los urbanistas levanten la vista hacia lo alto y reparen en los detalles que ofrece la población más grande e industrial de Galicia, en el noroeste peninsular español. Además de notorias edificaciones que suelen pasan inadvertidas porque el nativo suele fijarse mucho más en lo ajeno y no en lo propio, la metrópoli gallega está llena de tejados de diferentes formas y manufacturas que contrastan con sus dispares alturas, y que semejan un mar de olas encrespadas que impide ver el horizonte.
En el medio de esta marejada de edificaciones sobresalen las chimeneas, la mayoría de ellas sin ninguna gracia arquitectónica, únicamente obedeciendo a las necesidades técnicas derivadas del teorema de Bernouilli, algo que permite obtener, en definitiva, el tiro suficiente para que los gases de escape no se acumulen en la parte baja y puedan salir con facilidad al exterior.
Desde las partes más elevadas de la urbe las chimeneas se antojan originales periscopios oteando una superficie por la que sólo se mueven los gatos, las gaviotas y los intrépidos antenistas.
Obsérvese la fotografía que acompaña este comentario. Ha sido tomada en la Rúa María Berdiales, aproximadamente en la confluencia con la Rúa Manuel Núñez, y esa chimenea tan alta y desgarbada que destaca en la imagen puede servir de ejemplo. Porque en Vigo se pueden encontrar chimeneas sin ningún tipo de uniformidad: las hay rectangulares y cuadradas construidas con ladrillo; las hay similares, pero fabricadas con cemento; también las hay cilíndricas y realizadas con metal e incluso a veces concéntricas para aprovechar el calor residual de los gases. En fin, en la ciudad de Vigo hay chimeneas de todos los tipos y tamaños imaginables y están esperando ahí, en lo alto, para que la gente se fije en ellas.