Cuenta el Génesis que los supervivientes del Diluvio Universal se habían reunido en Babilonia y decidieron erigir una torre que llegara hasta el cielo. Esta prepotencia irritó a Yaveh, que decidió confundirlos mediante la creación de lenguas diferentes, que hicieran imposible que aquellos primeros pueblos se entendieran. De este modo, cualquier proyecto conjunto se volvería imposible y así los primeros pobladores del mundo se separaron, viajaron a otras regiones y nunca más volvieron a formar una única nación.
En 1859, nació en Bialystok —entonces perteneciente al Imperio ruso— Ludwik Lejzer Zamenhof, un oftalmólogo y escritor judío, hijo y nieto de traductores, que decidió poner fin a esa problemática. Llegó a hablar y escribir con fluidez en unos doce idiomas distintos, pero siempre vio esa diversidad como un escollo para el verdadero entendimiento entre los pueblos. Creía en la riqueza de la pluralidad entre los grupos humanos, pero también sentía que había llegado el momento de crear una lengua común, para que todos los seres humanos pudieran comprenderse. Al principio trató de simplificar el latín o el griego clásico, para que sirvieran a este fin, pero enseguida llegó a la conclusión de que estas lenguas no serían útiles para algo tan ambicioso.
En 1879, el sacerdote Johann Martin Schleyer había publicado en la revista Sionsharfe las primeras muestras del volapük, un idioma que precisamente creó con la misma finalidad. Aunque al principio tuvo un gran éxito, que dio pie al nacimiento de la Academia Internacional de Volapük, su tremenda complejidad hizo que fuera perdiendo impacto y a comienzos del siglo XX ya prácticamente nadie se acordaba de él.
Zamenhof ya había identificado esos defectos en el volapük y pasó años trabajando en su propia versión, que en un principio bautizó como Lingwe Uniwersala —«Lengua universal»—. Pretendía de esta manera que todas las personas del planeta pudieran aprender un mismo idioma, por lo que debía ser eminentemente sencillo y accesible a cualquiera. Eliminaba, por este motivo, las variantes locales o los verbos irregulares, que hacen que un estudiante pueda pasar apuros. Se dedicó durante largo tiempo a traducir obras literarias de diversos orígenes, con el fin de analizar sus propios avances.
Finalmente, el 26 de julio de 1887, publicó en ruso Lingvo internacia. Antaŭparolo kaj plena lernolibro —«Lengua Internacional. Prefacio y libro de texto completo»—, un manual de gramática cuya edición logró sufragar empleando la dote de su esposa. Zamenhof creía tanto en su investigación que envió este libro a las principales revistas y sociedades de Europa, con el fin de recavar sus opiniones. Empleaba entonces el seudónimo de Doktoro Esperanto —«Doctor Esperanzado»—, que a la postre daría nombre a todo el idioma.
Con el tiempo, la obra fundacional del esperanto recibió la denominación de Unua Libro —«Primer Libro»—. En sus páginas incluía el Padre Nuestro, algunos pasajes de la Biblia y las dieciséis reglas del nuevo idioma, tan tremendamente simples que han hecho del esperanto uno de los más fáciles de aprender. Así, todos los sustantivos acaban en o, el plural se forma añadiendo una j final, el artículo determinado siempre es la y no existe el artículo indeterminado. El adjetivo siempre acaba en a, mientras que el comparativo y el superlativo se forman mediante sufijos. El verbo no cambia entre persona y número, y no existe el subjuntivo. Además, todas las palabras se pronuncian igual que se escriben.
En los dos años siguientes, Zamenhof publicó numerosos tratados sobre el esperanto, en las lenguas más diversas, pero eso llevó inevitablemente a que se arruinara. Su trabajo como oftalmólogo no era muy exitoso y la extensión de sus trabajos lingüísticos avanzaba muy despacio.
Sin embargo, la llegada del siglo XX supuso un espaldarazo para el proyecto de lengua común. En 1905 tuvo lugar el Primer Congreso Universal de Esperanto, actividad que ha continuado de forma anual e ininterrumpida desde entonces, salvo por las dos guerras mundiales y la crisis del coronavirus. Se cifran ya en 104 las reuniones de este tipo que han tenido lugar, con un éxito de asistencia cada vez mayor. Estaba previsto que este año tuviera lugar en Montreal y el próximo en Belfast pero, como ocurre con tantas otras actividades humanas, su pervivencia dependerá de la evolución de la pandemia. Se trata del único congreso internacional que no precisa de intérpretes y en el que los asistentes están reunidos todos como iguales, con independencia de su origen. Ese era el espíritu de Zamenhof cuando creó esta lengua, la idea de que todos los pueblos debían ser considerados como hermanos y compartir sus ideas mediante un vehículo común. En ese primer congreso se publicó Fundamento de esperanto, el libro definitivo que establecía sus normas, y se definió su bandera: verde —el color de la esperanza—, con una estrella de cinco puntas —por los cinco continentes—.
Desde entonces, multitud de premios y honores le han sido otorgados al creador del esperanto. Calles, plazas, colinas, islas e incluso un planetoide llevan su nombre. Hay estatuas en su honor por todo el mundo y el 15 de diciembre, día de su nacimiento, se celebra una gran fiesta en toda la comunidad esperantista.
El esperanto es uno de los proyectos más hermosos que ha concebido la humanidad, por cuanto busca eliminar las diferencias entre lenguas, la discriminación o el colonialismo cultural. Trata a todos los seres humanos como iguales y como transmisores de ideas interesantes, que merece la pena compartir. Es, además, un elemento vivo, como dejaba claro Zamenhof en sus contestaciones a las dudas que iban surgiendo: «Solo el uso poco a poco irá elaborando las reglas definitivas». Su traducción de Hamlet, de Shakespeare —Hamleto—, publicada en 1894, demostró que su creación además podía tener un valor literario.
Esta lengua ha sobrevivido a guerras civiles y guerras mundiales, a la persecución de los tiranos y la prohibición de su uso, por considerarla una lengua peligrosa, en la medida en la que podía unir a personas de cualquier procedencia. Pero también ha visto un auge importante a raíz del uso de las nuevas tecnologías, que persiguen el mismo fin. Ahora tiene que enfrentarse a una pandemia, que ha obligado a reducir las actividades para su fomento, pero que también puede ser una oportunidad para que se potencie. Si toda la humanidad está peleando contra un mismo enemigo, ¿no sería una ocasión perfecta para hacerlo en el mismo idioma?