Corría el año 1906 cuando Marie Curie dio su primera clase en La Sorbona. Ya había sido galardonada con el Premio Nobel de Física tres años antes y se convertía así en la primera mujer en obtener una cátedra en la Universidad de París. Había perdido a su marido en abril y aún le quedaba una larga carrera por delante y muchos hitos por conquistar.
Se llamaba Maria Salomea Skłodowska. Nació en 1867 en Varsovia, Polonia, en la partición o división que por entonces pertenecía al Imperio ruso. Era hija de dos maestros de escuela que le enseñaron en casa las primeras nociones de física y matemáticas, y que despertaron en todos sus hijos el ansia de saber, pero a los que el dolor y la amargura por las pérdidas injustas de sus familiares volvieron ateos. Zofia, la hija primogénita, murió de tifus en 1876, y la madre de tuberculosis en el 78. Maria y Helena, una de sus hermanas mayores, recibieron lecciones clandestinas en un internado y posteriormente, junto a Bronisława, que llegaría a ser un eminente doctora, acudieron en secreto a una institución de educación superior, ya que en esa época las mujeres tenían prohibido asistir a una universidad en Polonia.
Bronisława se mudó a París en 1886 para estudiar Medicina, con la ayuda económica de Maria, y se casó cuatro años más tarde, momento en el cual invitó a su hermana a que viviera con ellos y empezara a estudiar en La Sorbona. Pero la joven rechazó la oferta, en vista de que no podía pagar la matrícula por sí misma, y continuó trabajando como institutriz en Varsovia hasta reunir el dinero necesario. En esa época ya realizó algunas prácticas en laboratorios de química, lo que a la postre sería su vocación.
Se matriculó en La Sorbona en 1891, en un tiempo en el que no era frecuente que hubiera mujeres en las universidades, y desde el comienzo asombró a todo el mundo por su ilusión a prueba de infortunios. Pasó hambre y necesidades económicas, pero siguió estudiando e investigando al mismo tiempo. En 1894 conoció a Pierre Curie, físico y estudioso de la piezoelectricidad, en quien encontraría un aliado fiel, un apoyo constante, un compañero de ciencia y un hombre enamorado. Se casaron en 1895 y compartieron la ciencia y la vida.
Su trabajo conjunto se centró en el campo del uranio y el torio, a partir de los cuales describieron la radiactividad, a la que dieron nombre, y descubrieron dos nuevos elementos químicos: el polonio y el radio. El primero recibió su nombre en honor a Polonia, país que Maria, ahora Marie, nunca había olvidado. El segundo, por esos rayos misteriosos que habían encontrado durante las investigaciones.
Su labor fue inmensa. Publicaron más de treinta trabajos científicos sobre la materia y además estudiaron su aplicación a la salud, como las máquinas de rayos X —que resultarían fundamentales durante la Gran Guerra— o el uso de las radiaciones en el tratamiento del cáncer. Muchas personas importantes de la época desestimaron los logros de Marie Curie, pero la evidencia terminó por caer por su propio peso. Fue la primera mujer en ser nombrada catedrática de la Escuela Normal Superior de París, en 1900. Tres años después, la pareja y Henri Becquerel recibieron, de manera compartida, el Premio Nobel de Física. Marie también fue la primera mujer en obtener este galardón, aunque estuvieron a punto de sacarla del nombramiento y su marido tuviera que imponerse. Tanto su condición de mujer como su origen polaco hacían que con frecuencia fuera subestimada por los medios, a pesar de sus tremendos logros en la materia.
En abril de 1906, un accidente con un carruaje causó la muerte a Pierre Curie. Marie quedó devastada. Él había sido su compañero y su amor durante doce años intensísimos y se cuenta que, debido a la pérdida, sufrió una terrible depresión. Pero no abandonó su trabajo y decidió seguir con la investigación que estaban realizando juntos. Siete meses después, Marie dio su primera clase en La Sorbona. Era la primera mujer en recibir una cátedra en la Universidad de París, aunque la plaza había sido ofrecida inicialmente a su marido. Tal hecho histórico sirvió además para que La Sorbona relajase las dificultades que siempre planteó para el acceso de mujeres a los estudios superiores y el número de estas aumentó.
Marie nunca se rindió, nunca detuvo su marcha. Fundó el Instituto del Radio —hoy llamado Instituto Curie— y en 1911 obtuvo el Premio Nobel de Química, convirtiéndose así en la primera persona de la historia en recibir dos galardones distintos de la Academia Sueca. A raíz de eso, su fama se volvió aún mayor y las autoridades le dedicaron una calle en París, precisamente en la que se encontraba el Instituto del Radio. Compartió conocimientos con Albert Einstein, desarrolló la radiología durante la Primera Guerra Mundial, incluso con el desarrollo de unidades móviles para atender a los heridos, y fue una de las primeras mujeres en aprobar el carnet de conducir, para llevar en persona las ambulancias dotadas de rayos X. Además, investigó el uso de la radiación para esterilizar material quirúrgico.
Por desgracia, Marie Curie falleció en 1934 debido a los efectos nocivos de la radiactividad, que en aquel entonces no habían sido descritos todavía. Sufrió cataratas y anemia aplásica debido a su exposición a los rayos X, sobre todo durante la guerra. Fue enterrada junto a su marido en el cementerio de Sceaux, pero desde 1995 ambos reposan en el Panteón de París, en reconocimiento a sus muchos logros.
La historia de los primeros años del siglo XX no se puede entender sin la contribución de Marie Curie, que no solo revolucionó la ciencia, sino también la valoración que entonces se tenía a una mujer. Su labor infatigable cambió el mundo y abrió puertas para que otras muchas mujeres pudieran ser valoradas con independencia de su sexo y no tuvieran que vencer tantas barreras como existían entonces.
Y fue tal día como hoy cuando una clase atiborrada de estudiantes parisinos escucharon la primera lección de una mujer catedrática, una persona dispuesta a demoler los cimientos de una sociedad caduca, que tuvo que rendirse a su valía.