Se cumplen hoy 189 años del día en que zarpó del puerto de Plymouth el legendario bergantín HMS Beagle con Charles Darwin a bordo. Su propósito era dar la vuelta al mundo durante dos años y realizar mediciones de la costa de América del Sur que permitieran elaborar cartas náuticas. Sin embargo, el viaje se prolongó durante casi cinco años y su verdadera contribución a la historia fue la enorme cantidad de muestras que recogió Darwin en los diferentes puntos en los que recaló, y que le permitieron a la postre desarrollar su teoría de la evolución de las especies.
En 1830, el buque HMS Beagle regresó a Plymouth junto al HMS Adventure después de un largo viaje de cuatro años dedicado al estudio de los relieves sudamericanos. El trabajo había sido tan duro y la ausencia tan larga que su capitán, Pringle Stokes, se había suicidado de un balazo. Solo la pericia de un teniente de veinticinco años llamado Robert FitzRoy, que tomó el mando tras la muerte de Stokes, logró que completaran la travesía y llegaran a puerto. Pero nadie en la Oficina del Almirantazgo confiaba en las posibilidades de enviar una nueva expedición. Parecía que cualquier opción de continuar las investigaciones estaba condenada, pero FitzRoy se había llevado consigo algunos indígenas de la Tierra del Fuego y, con la excusa de poder devolverlos a su patria como misioneros, logró encabezar un nuevo viaje.
El Beagle regresó al mar el 27 de diciembre de 1831. Sus destinos fundamentales eran Río de Janeiro, el Río de la Plata, Tierra del Fuego, las islas Galápagos y Australia, lugares donde debían tomar datos para trazar cartas de navegación. Calculaban que el tiempo total que necesitaban para dar la vuelta al mundo y volver a Inglaterra con todo el trabajo terminado era de unos dos años, o al menos eso creyeron al principio.
FizRoy, muy implicado en las investigaciones científicas y un hidrógrafo experimentado, solicitó llevar consigo a un geólogo, con el fin de estudiar las montañas de la Tierra del Fuego, de las que sospechaba que podían albergar filones de metal. El capitán Francis Beaufort, director del Servicio Hidrográfico del Almirantazgo, consultó el asunto en la Universidad de Cambridge y enseguida surgió el nombre de Charles Darwin, un naturalista inglés de solo veintidós años con una amplia experiencia en geología y entomología, así como en la realización de trabajo de campo. Darwin debería pagar su manutención a bordo, pero tendría una oportunidad única de investigar sobre el terreno en lugares inalcanzables para un estudioso común.
El viaje, finalmente, se prolongó durante cinco años, pero cambió la historia. Darwin tomó numerosas muestras en cada punto en que recalaron y guardó muchas notas que sirvieron como diario de la travesía. En ellas describió sus importantes hallazgos, como las capas sucesivas de estratos de la tierra, donde se acumulaban fósiles de tiempos remotos; las enormes diferencias físicas entre los fósiles de bivalvos de unas regiones a otras, hasta el punto que él mismo pensó que se trataba de especies autóctonas, en vez de variantes de especies ya conocidas ⸺y lo mismo pensaron otros sabios que estudiaron los fósiles a su regreso⸺; e incluso llegó a plantear que los animales y los hombres no eran tan distintos como pretendía la ciencia.
Hay que tener en cuenta que en esa época estaban plenamente establecidas las teorías del creacionismo, que defendía que las especies surgían en el mundo tal y como las conocíamos, y que era imposible la evolución. Los dogmas cristianos sustentaban esas ideas. Tan solo el naturalista francés Jean–Baptiste Lamarck había empezado a hablar a principios de siglo acerca de variantes anatómicas en diversas especies que había encontrado en países muy alejados. Sin embargo, la ciencia oficial había desacreditado sus publicaciones, alegando ⸺como pensó el mismo Darwin en un principio⸺ que los fósiles que aportaba Lamarck correspondían a especies distintas, no a variantes de las mismas especies.
Darwin había estudiado la obra de Lamarck y sus propias observaciones lo corroboraron. Plantas, insectos y mamíferos que encontraba a su paso hablaban de un mismo concepto: la evolución como una forma de adaptación al medio. Pero el inglés no defendía los postulados previos acerca de la influencia exterior en la evolución de las especies ⸺que se resumen en la conocida frase «la función crea el órgano»⸺, sino que pensaba más bien al revés, esto es, que las variantes de una misma especie competían entre sí y solo las más adaptadas lograban salir adelante. En algún momento llegó a escribir que las especies eran tan distintas de unos lugares a otros que, si se aceptaba que todas provenían del Creador tal y como eran en este momento, podría parecer que había «dos Creadores trabajando a la vez».
El viaje se convirtió en una aventura en sí mismo. Darwin conoció a gauchos, salvajes y esclavistas, y asistió a un terremoto que terminó con la ciudad de Concepción, en Chile. Regresaron a Plymouth el 2 de octubre de 1836 y por entonces Darwin ya se había convertido en una celebridad, gracias a las cartas que había ido enviando. Necesitó años para catalogar la inmensa cantidad de muestras que había almacenado y más aún para desarrollar plenamente su teoría. En 1859 por fin publicó El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, el gran texto que define la teoría de la evolución de las especies.
Como respuesta, recibió el descrédito de la comunidad internacional, que llegó a mofarse de sus conclusiones. El creacionismo estaba demasiado asentado en la política, la ciencia y la religión, y lo que Darwin proponía implicaba una revolución completa de la sociedad. Dar por hecho que era el azar lo que determinaba la aparición de las características físicas de los seres vivos, y que era la selección natural lo que decidía que esas características perduraran o no, significaba eliminar la idea de un plan preconcebido. Ya no estábamos aquí por una razón concreta, sino por azar y competencia por el medio. Y, por tanto, el ser humano dejó de ser tan especial y el mundo ya no le pertenecía. Al menos, solo hasta que llegue otra especie mejor adaptada.
Fnalmente no tuvieron más remedio que aceptarlo. Charles Darwin obtuvo todos los reconocimientos científicos de su época, numerosas especies botánicas y accidentes geográficos llevan su nombre y su obra se considera el acta fundacional de la biología. En reconocimiento a su enorme influencia, se le otorgó un funeral de Estado y sus restos descansan en la Abadía de Westminster junto a los de Charles Dickens, Rudyard Kipling o Isaac Newton.
Y todo empezó con los fósiles de unos bivalvos extremadamente raros, que despertaron la inquietud de un naturalista.